Pablo de Tarso tenía la certeza de que el mal se vencía a fuerza de bien (Romanos 12,21). Lo cual desafía las lógicas y hasta las tendencias del corazón humano que reacciona buscando responder con maldad al daño recibido. Creo que esa certeza nace de su encuentro y relación con Jesús Resucitado. Pablo entendió y vivió la experiencia del hijo de María de Nazaret (Marcos 6,3), esto es, el amor y la fidelidad a los valores del Reino que dan plenitud y felicidad eterna.

Ahora, para vivir desde esa certeza se requiere un manejo certero de las emociones, una gran firmeza para existir desde los más sublimes valores humanos, gran amplitud mental y un constante compromiso por hacer el bien, para no caer en la tentación de intentar acabar con el mal, haciendo exactamente lo malo. Veo, por ejemplo, en la vida diaria personas que quieren combatir las injusticias cometidas por el odio con expresiones y acciones de odio. Nada más perverso. Creer que el odio produce bondad no sólo es ingenuo, sino hasta maldad.

Hacer el bien no es ser tonto, no es abdicar de la capacidad de responder asertivamente, pero sí la firme decisión de no dejar que el corazón esté lleno de esas emociones tóxicas que perturban e impulsan la destrucción del otro. La religión y la política son el contexto propicio para que algunos, armados con los ideales más sublimes, crean que el camino para realizarlos sea la eliminación o rendición del que es diferente y hasta oponente. Prefiero estar lejos de esos ejemplos y centrarme en el de Jesús de Nazaret. Él con el poder, el carácter y algunas posibilidades para enfrentarse malvada y violentamente a sus perseguidores prefiere tomar otro camino. Es que, si deja que el odio llene su corazón, si alimenta los deseos de doblegarlos, si usa su influencia para generar violentos procesos populares contra ellos niega su opción fundamental de vivir en el amor, la justicia y la comunión.

Nadie puede hacer el mal sin volverse malvado. Porque para insultar, actuar con violencia hay que pensar, sentir, hablar y actuar impulsados por el odio. No se trata de ser un pusilánime ni un cobarde ante los malvados; se trata de enfrentarlos desde la bondad, el amor y la justicia. ¿Qué valores mueven tu proyecto de vida? ¿Cómo actúas ante las injusticias? ¿Qué emociones priman en tu corazón? ¿Cómo gestionas las diferencias con los otros seres humanos? Son preguntas que te ayudarán a entender el sentido que le estás dando a tu vida en esas situaciones. El odio siempre es la matriz que gesta las peores experiencias. El mal no se vence a fuerza de mal, el mal sólo se vence a fuerza de bien, eso fue lo que nos enseñó Jesús de Nazareth.