¿Comparten conmigo la creencia de que una de las consecuencias prácticas de la experiencia espiritual es ser empático? Entiendo la empatía como la disposición de entender y tratar de sentir las emociones del otro para poder movilizarse en su favor. Fundamento esta creencia en la certeza de que el elemento común a todas las religiones es la compasión. Karen Armstrong, en su libro El arte perdido de las escrituras, así lo atestigua.
Por tanto, la experiencia espiritual debe traducirse en, al menos, 4 actitudes cotidianas concretas:
Estar atentos a los demás: La indiferencia bloquea cualquier posibilidad de empatía. Debemos mirar al otro con equidad, respeto y concentración. Estar mentalmente ausentes al relacionarnos nos impide responder a sus necesidades, deseos e intereses. La escucha activa es fundamental, reconociendo que la comunicación no solo es oral; también exige captar gestos, silencios y emociones.
Respetar las emociones de los demás: Los juicios morales sobre lo que otros sienten desconocen la estructura emocional de las personas. Cada individuo tiene una percepción emocional particular y única de su realidad. Debemos validar sus emociones, incluso cuando no las comprendamos o compartamos.
Evitar actitudes egocéntricas: Aquellas que nos llevan a tomar protagonismo de las realidades de los demás, relegando sus relatos a un segundo plano y eclipsando su existencia con nuestro discurso. No somos más que nadie, no somos el centro de la vida de nadie. Aquel que se cree perfecto y más interesante que los demás tiende a juzgar constantemente a los otros.
Servir y ayudar a los demás: Sin condescendencia ni actitudes de superioridad. Debemos colaborar sin incapacitar al otro y estar dispuestos a apoyarles sin imponer nuestra ayuda ni exigir su aceptación.
Sin empatía, las experiencias religiosas se convierten en fanatismo o en ideologías que adornan la existencia, pero no la transforman. La empatía, en este contexto, no es solo una emoción o un sentimiento, sino una actitud activa y comprometida hacia los demás.