Los estudios del Jesús histórico lo presentan como un ser profundamente espiritual. Uno que entiende que es desde la trascendencia como se encuentra la realización -eso que se expresa en lenguaje religioso como una relación íntima e intensa con el Padre Dios-. Me impresiona lo cotidiano de su experiencia espiritual, que va más allá de las exigencias religiosas. Las religiones normalmente se construyen desde tres ejes: Espacios, tiempos y personas sagradas. Los estudios muestran a Jesús como alguien que invita a encontrar el sentido de la existencia desde la comprensión total del proyecto de vida. Por eso creo que su propuesta es que seamos capaces de otear la realidad y entendamos cuál es el propósito que nos impulsa a vivir y a entender el significado de las situaciones más allá de la urgencia y de la inmediatez en la que vivimos.
Jesús entiende que la espiritualidad no tiene que estar ligada a un territorio. Cuando la Samaritana le pregunta sobre si el lugar de adoración es en el Monte Garizim o en Jerusalén, su respuesta demuestra que se trata de una relación que se da en la intimidad de la singularidad y no en unos espacios físicos: ni en Jerusalén, ni en el monte, sino en Espíritu y en Verdad. (Juan 4, 20-22). Pero también está su actitud para superar el templo -que para algunos estudiosos es la causa religiosa de su muerte- y presentar la comunidad como el espacio de encuentro con Dios (Juan 2,18-22; Mateo 18,20). Los lugares no son para encontrarlo, sino para encontrarnos y compartir lo que en Él hemos hallado.
También deja claro que no hay tiempos sagrados, su relación con el sábado así lo demuestra (Marcos 2,27; Mateo 12,5. Lucas 13,10-16). Quien reduce el encuentro con Dios a tiempos especiales, lo saca de su vida en la mayoría de los momentos simples y ordinarios, que es por donde realmente pasa el sentido de la existencia. No se puede ser espiritual sólo en algunas situaciones específicas, sino en todos los instantes de la vida, aún en aquellos que escandalizan a algunos moralistas, y por eso les temen.
Los estudiosos aseguran que el Jesús histórico nunca usó expresiones que lo distinguieran como alguien “sagrado”. Los títulos que se dio a sí mismo fueron el de “Maestro” y el de “Hijo del Hombre” -que significa: humano, el hombre-, los cuales expresan la comprensión cotidiana que tiene Jesús de su ser y de su ministerio. Dato que es extraño en un tiempo en el que los que se creen espirituales buscan sentirse como súper humanos y tratan de discriminar a todos aquellos que no tienen sus mismas prácticas. Lo que propone Jesús es una espiritualidad como una ética existencial que exige un compromiso con valores, prácticas y un discurso de justicia social en el que el amor es la pieza fundamental.
Ser espiritual va más allá de la experiencia de algunas religiones. Es entender que se agradece y celebra la vida en cada situación. Muchos religiosos no son espirituales y así lo demuestran sus acciones cotidianas. Claro, también existen muchos que viven su experiencia espiritual en la participación de unas experiencias religiosas intensas y comprometidas con la vida. Espiritualidad para Humanos, mi reciente libro, es una invitación a vivir la vida no desde la miopía de lo urgente, sino desde la comprensión de la totalidad de la existencia.