Sonreía y hablaba como acostumbraba a verla: con fluidez y claridad. En un momento se detuvo para preguntarnos quién era ella, una lágrima asomó en sus ojos y nos contó que tenía instantes en los que perdía la conciencia. Hablamos del amor y aprendimos muchas otras cosas, pero me fui preocupado, y desde ese día tuve miedo de perder la memoria. Yo, que recuerdo con mucha exactitud y que navego con nostalgia, agradecimiento y satisfacción en datos, experiencias, teniendo en mi mente escenas con la gran mayoría de matices.

Entonces, comencé a averiguar qué se puede hacer, cómo poderme preparar y evitar que ese flagelo me golpee algún día. Lo que me logró calmar y serenar, es un escandaloso antropomorfismo que hace el Isaías Junior, un profeta que predicó en la segunda mitad del siglo VI a.C., y quien nos presenta a Dios usando una estrategia para no olvidar nuestros nombres: Él los tiene tatuados en sus manos. “Mira, he escrito tu nombre en las palmas de mis manos” (Isaías 49, 16)

Claro, esa bella imagen nos recuerda que Dios no nos olvida nunca, que siempre, al mirar sus manos -algo que hacemos muchas veces al día-, nos tiene presente. Entender a Dios como alguien que tiene la posibilidad del olvido, me estremece y me acerca aún más a Él, dejándome sentirlo en mi condición humana.

Me emociona también imaginar mi nombre tatuado en su mano, ya que eso es una demostración de que estoy en su corazón y que está dispuesto a actuar en mi favor. Cuando tengo momentos de tristeza, de confusión, de adversidad, recuerdo que Él me tiene presente y sabrá darme fuerzas para que desde mi interior emerja alegría, luz, y soluciones para seguir adelante. Pero también cuándo la vida sonríe y todo está saliendo bien, y me regocijo con las victorias, recuerdo que mi nombre está escrito en sus palmas y que Él está celebrando conmigo. Su alegría me llena y multiplica la mía.

La expresión de Isaías Junior está ubicada en un momento de la crisis que el exilio de Babilonia y la destrucción de Jerusalén había ocasionado, y usa la imagen de la Ciudad Santa para recordarnos quiénes somos nosotros, pueblo de Dios, para Él. Él nos tiene en su mente y nunca nos olvida. De alguna manera la cita de Isaías me hace recordar el episodio de Cien años de soledad, en el que aparece la peste del olvido. Sólo que aquí no son papeles los que se usan para no olvidar el nombre de las cosas, sino que son tatuajes en las manos del creador para no olvidar que somos suyos y lo necesitamos.

La espiritualidad tiene que ser fuente de serenidad y de paz en medio de todo tipo de tormentas existenciales, y sabemos que Dios nos debe llenar de esas emociones que nos permitan vivir en la armonía que nos hace asumir en felicidad nuestro camino diario. No dudo de la memoria de Dios, y celebro el hecho de que nos ame, nos libere y nos renueve.

Hoy debemos sentirnos reconocidos. Contamos para Dios. Si nos sabemos en sus manos, tendremos las actitudes que se requieren para vivir. Acompaño a quienes transitan el camino del olvido y luchan por aferrarse a una relación sana con el pasado; y también a quienes entrenamos para mantener la memoria. A unos y a otro Dios nunca nos olvida, estamos tatuados en sus manos.