Compartir la existencia con otros humanos exige confianza. No podemos construir relaciones sanas si siempre tenemos expresiones de descalificación, de desprecio y hasta de miedo por los demás. La felicidad no se da en la negación o en la eliminación del otro, del contrario, del que es y actúa diferente. Nos necesitamos para poder ser felices. Dejar que el odio y la violencia sean el combustible de las relaciones cotidianas, es construir un infierno y vivir en él sin ningún tipo de posibilidades de realización.
No estoy de acuerdo con las ideas de muchas personas, pero no quiero que dejen de existir ni las odio. Lo cierto es que nada puede funcionar socialmente si todos desconfiamos de todos. Creo que para vivir un proceso de confianza, el punto de partida es la autoconfianza de cada ser humano. Quien es consciente de sus capacidades y habilidades, y tiene una autoeficacia adecuada, será capaz de construir relaciones desde la seguridad y no desde el miedo. Comúnmente los violentos son personas que desconfían de sí mismos, y por eso temen enfrentarse a lo diferente, y creen que lo mejor es desaparecerlo. Si no hay autoconfianza, es muy complicado confiar en las personas con las que interactuamos; todo esto entendiendo que somos únicos e irrepetibles y que las diferencias son siempre posibilidades de crecimiento y fuentes de riquezas desde la complementariedad.
Ahora, esto implica que las personas se muestran confiables, y para ello deben ser transparentes, leales, honestas, respetuosas de las normas y las leyes que nos permiten vivir juntos. ¿Cómo confiar en quien no respeta los valores ni las reglas comunes? No son confiables aquellos que por su comportamiento camaleónico, no permiten saber a qué atenerse con ellos en las relaciones.
El problema no es que seamos diferentes, sino que nuestras acciones nos muestran coherentes, responsables y constructores del bien para poder ser confiables; esto hay que aplicarlo a todas las dimensiones de la vida, desde la relación de pareja, hasta la compleja interacción política. Al otro solo le podemos pedir que sea confiable, y hacerlo desde el compromiso claro de que nosotros también lo somos. Por eso, hoy la invitación es a revisar cómo nos comportamos con los demás, cuáles son los valores que nos impulsan a vivir diariamente y a ser coherentes con ellos; esos valores se deben traducir en comportamientos diarios. Esto implica que estemos conscientes de lo que somos y de las maneras en las que estamos viviendo. Esforcémonos para que nuestras palabras, actitudes y acciones, sean motivo de confianza en los demás. No tenemos que estar de acuerdo con ellos, pero sí estamos invitados a vivir de tal manera que ellos sepan qué esperar de nosotros. Nada nos genera más comportamientos neuróticos que establecer relaciones con personas que no tienen patrones de comportamientos, y que ante los mismos estímulos, tienen reacciones tan contrarias que no se logra saber qué quieren y cómo relacionarse con ellos.
Creo que es momento para que actuemos con amor, con firmeza; para que nos comuniquemos con claridad y positivamente; para que respetemos al otro y seamos capaces de contradecirlo con argumentos sólidos y no con ataques que maltraten su dignidad. Estoy plenamente seguro de que no seremos mejor sociedad si no reconstruimos la confianza. El fanatismo -cualquiera que sea: religioso, deportivo, político- que nos invita a negarle al otro la posibilidad de tener alguna razón, es una invitación a la destrucción.