Las personas que están absolutamente seguras de que lo que piensan, dicen y hacen es una verdad inamovible. Esos que son capaces de saber quién es bueno o quien es malo con un convencimiento incuestionable. Aquellos que tienen la certeza que siempre están del lado de los buenos y todo aquel que no quepa en su “nosotros” es perverso, un enemigo y por lo tanto hay que eliminarlo. Estos que una y otra vez dicen: “nosotros, la gente de bien” o “los buenos somos más”.

Por momentos les envidio, quisiera tener esa seguridad que permite trazar líneas y dividir entre unos y otros, y que, además facilita tener la certeza de no equivocarse nunca. Otras veces siento compasión por ellos creyendo que son esclavos de esas ideas, de esos modelos de pensamiento; tornándose en seres predecibles. Sabiendo que la vida tiene sentido por la creatividad con la que actuamos, me cuestiona el cómo pueden vivir sin inquirir, debatir, curiosear o cuestionarse una y otra vez por lo que hacen en la vida.

En ese contexto, entiendo la espiritualidad como la capacidad de hacerse preguntas. Cuestionamientos profundos; Esos que se asocian a las cuestiones fundamentales de la existencia. ¿Quién soy? ¿Para dónde voy? ¿Con quién voy? Y qué cómo dice Jorge Bucay deben responderse en ese mismo orden. Interrogantes que definen el sentido de la vida y que nos dan la posibilidad de saber si lo que hacemos corresponde con los valores que promulgamos. Aquellas que me permiten entender si le estoy causando daño a las personas que están cercas. ¿Qué quiero hacer? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? Siempre tratando de darles las respuestas que desde la realidad generan armonía en la vida misma.

Cuestionamientos que según Francesc Torralba generan un doble movimiento: un proceso de interiorización y, simultáneamente, un movimiento de superación del ego que se abre a los otros. Estoy seguro de que la violencia que por estos días vivimos es consecuencia de la falta de espiritualidad, del fanatismo de creernos con la absoluta verdad, de suponer que todos los demás están equivocados y que sólo “nosotros” tenemos la razón. Prueba de la estupidez que vivimos es que el que no tenga posiciones extremas es considerado tibio y, lo amenazan con que Dios lo vomitará; ¡Vaya, no sabía que Dios tenía boca!

Si hiciéramos una revisión detenida de las palabras que usamos contra los otros descubriríamos como algunas de ellas destrozan la dignidad de nuestro interlocutor pisotean sus derechos y laceran su alma; Seguro un instante de análisis nos llevaría a usarlas con más cuidado. Si tomáramos un momento antes de acometer algunas acciones y dejáramos que la empatía nos guiará seguro no haríamos tanta maldad. Asumamos la posibilidad espiritual de cuestionarnos, de preguntarnos. No podemos actuar como seres encadenados a los instintos que funcionan como robots; necesitamos evaluar el por qué y el para qué de todo lo que pensamos y hacemos.

Estoy seguro de que quien hace silencio, entra en su corazón, revisa sus palabras, sus actuaciones puede ser más productivo en todos los sentidos, puede generar espacios de comunión en los que desde la diferencia nos complementamos para ser más felices. Espero hoy puedas sacar un momento para ti y te cuestiones sobre la manera cómo estás actuando en tu historia diaria. Es necesario hacerlo.