Siempre he pensado que no hay batallas pequeñas, pues hay que darlas todas, sin importar el terreno, el contrincante, sin miedo a defender una convicción. Y estoy seguro de que Colombia hoy más que nunca necesita que hagamos acopio de todo nuestro valor para llevar a buen puerto este barco en el que estamos montados. No hay una lucha más importante que el bienestar de la Patria.
En medio de un virus que nos aleja físicamente pero que nos debe unir como sociedad, exacerbar la faceta de la solidaridad de seguro no le viene mal a nadie y es lo que se necesita justo ahora.
En los recorridos de Cosecha Solidaria por distintas regiones del país, son muchas las sorpresas que he encontrado, porque, a pesar de no poder estar personalmente en ese maravilloso y mágico trasegar, gracias a mi equipo y a la tecnología, no me he perdido movida del que quizás sea el proyecto que más satisfacción personal me ha traído, después de mis amados hijos.
Gracias a Cosecha Solidaria, conocí a Yulisa Salgado, una cordobesa de 10 años (casi la misma edad de mi hija Lucia), que representa la sangre Caribe, una niña que no se amilana ante los problemas, ante la falta de oportunidades, ante el miedo y la zozobra que vive el mundo. Ella ya estaba acostumbrada a la tragedia y la encara con ardentía y grandeza. No hay duda: la pobreza extrema es la peor pandemia.
Yulisa es una niña que le ayuda a su madre, trabajando en lo que puede, para sostener a sus hermanos. Ella es luchadora, responsable, con metas claras y sueños loables. Yulisa no quiere nada regalado, no exige ayuda, no se queja por su precaria realidad, no se lamenta por su pobreza: ella solo busca la oportunidad de recompensar con su trabajo y esfuerzo, el sueño de darle una vivienda digna a su familia y, en esta época de aislamiento, un computador para sus primos y hermanos para continuar estudiando y salir adelante con dignidad.
A veces, como sociedad, pensamos que solamente los grandes proyectos de infraestructura, el precio del dólar o el petróleo o la inversión de multinacionales extranjeras llevarán a Colombia a un mejor futuro y olvidamos por completo que la mayor felicidad está en ver cumplir los sueños de la gente que sí vale la pena, de los millones de colombianos honrados que no buscan un Estado que los mantenga, sino que les permita ser parte de la sociedad desde el oficio que desempeñen y aportar para construir un país, en el que quepamos todos. En realidad, lo que necesita Colombia es la revolución de las cosas pequeñas, que no es nada distinto que, ayudarles a los menos favorecidos a tener acceso a beneficios tan elementales como el agua potable, una vivienda digna, posibilidades de trabajo bien remunerado, salud y educación.
Defender una causa es asumirla como propia y hoy me uno a defender la causa de Yulisa, porque son su irreverencia, ganas de trabajar y alegría las que me hacen creer que no existen causas perdidas ni luchas pequeñas, que todavía hay futuro en medio del desastre y el odio de algunos, que quieran hacer del caos una bandera, cuando debe ser el progreso y el desarrollo los que determinen el devenir de la Nación.
Yulisa me confesó que uno de sus sueños es tener una casa mejor para ella y su familia, me conmovió profundamente su anhelo. Es mucho lo que se puede lograr con poco dinero pensé.
Yulisa tendrá una casa nueva, como se la merece, pero no por ello dejo de pensar en tantos otros niños que siguen en el abandono y la miseria.
Hasta que no hagamos la revolución de las cosas pequeñas, no podremos hacer la revolución de las cosas grandes.
La ñapa: A los que me cuestionan por las defensas que he hecho y las que de seguro haré en el futuro les digo: soy abogado defensor, una profesión liberal, amparada por la Constitución, la Ley y los tratados internacionales. He defendido gente buena, mala, de derecha, de izquierda, católicos, judíos, musulmanes, protestantes, cristianos, y algunos medio extraterrestres. La defensa es una vocación como la de los médicos, a quienes no se les puede hacer exigible que dejen de salvar a un paciente porque es de filiación política diferente.
No hay incoherencia alguna en ello. Los abogados defendemos personas, situaciones jurídicas, lo cual no me puede cercenar mi derecho a opinar sobre la política. Fui abogado de Saab, sí, pero también he sido uno de los colombianos que más ha criticado el régimen de Maduro. Mi libro Muerte al Tirano habla por sí mismo. Me aferro a mis convicciones políticas, que han sido claras, y al sagrado derecho de ejercer mi profesión, rechazando enfáticamente cualquier demonización o señalamiento por hacerlo.