Para la señora Orozco y muchos de sus colegas de horda (entre los que hay “roscones enclosetados”, hijos repudiados, drogadictos compulsivos, seres traumados, depresivos insufribles y gentes sin amor), la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. La visión retorcida y siniestra de la realidad es una aberración recurrente en personas que no conciben el mundo más allá de sus prevenciones, tormentos, resentimientos, odios y frustraciones. Eso, ciertamente, no es periodismo. Y, como es la maldad la que marca la pauta, las noticias falsas están a la orden del día, sin importar a quién se lleven por delante con sus tropelías. Que viva el escándalo; lo correcto puede esperar.
Doña Cecilia se camufla de opinadora para hacer activismo político, denigrando incluso del legítimo ejercicio de la profesión de abogado (criminalizando a los que afortunadamente no pensamos como ella), olvidando que la ética de un defensor está directamente relacionada con atender las causas para las cuales sea requerido, sin hacer juicios de valor, mientras que un periodista no puede dejar de ser objetivo, ponderado y equilibrado, sin faltar a los preceptos deontológicos de dicho oficio.
Desde el moribundo noticiero que dirige y a través de una columna semanal, Cecilia Orozco escupe miserias y mala fe a cántaros: se ha vuelto experta en lo que hoy se conoce como fake news, con énfasis en el presidente Uribe (con quien delira) y contra todos los que somos cercanos al Gran Colombiano. Sin el menor asomo de arrepentimiento, cual psicópata incurable, ha montado cientos de “falsos positivos” que, con el paso del tiempo y la intervención de la justicia, se caen por completo. Dijo que la esposa de Jorge Pretelt desplazó forzosamente a campesinos, aupó el montaje del hacker Sepúlveda, inventó que Néstor Humberto Martínez era un envenenador, cada vez que puede le arma “pasteles” a la Fuerza Pública, incriminó en seguimientos ilegales a Rafael Nieto y muchas falacias más. No hay espacio para documentar tantos desafueros. Los últimos tiros fueron contra mí, acusándome de actuaciones que han sido decantadas por la justicia y sobre las que existe plena prueba a favor del suscrito. Cuando ella se siente ofendida, denuncia; pero si alguien hace lo propio, por cuenta de sus calumnias, es porque se le quiere censurar. No pretendo que se calle; me conformo con que deje de mentir.
Un abogado puede representar a cualquier persona (los tratados internacionales y la Constitución lo permiten); pero le queda muy mal a quien dice ser independiente e impoluta fungir como “defensora de oficio” de Ernesto Samper, Eduardo Montealegre, Roy Barreras, Juan Manuel Santos, Jesús Santrich y tantas otras alimañas de izquierda y representantes “eximios” de la corrupción, a los que la señora Orozco lleva años lavándoles la cara y blanqueándoles sepulcros. ¿Por cierto, qué pasó con el bochinche que armó por la muerte de su conductor personal? Calladita, ¿no? ¿Y las becas en Cuba?
Urgen dos reformas legales en Colombia: 1. Prohibir la pauta oficial. Con eso los palangristas dejan de apoyar gobiernos corruptos, como el de Santos, y se les acaban las razones para atacar gobiernos decentes, como el de Duque. 2. Un estatuto antidifamación. Un proceso civil expedito y especial que le quite las tres cositas que puedan tener los que falsifican noticias, para acabar honras.
Cecilia Orozco es una mala persona, por tanto no puede ser buena periodista. Vive llena de rabia y desdicha, y la soledad que padece no es que ayude mucho. Quien está atormentado consigo mismo no puede proveer nada bueno a los demás. La ira y la infelicidad son mayores hoy día, al saber que las redes sociales le han quitado el monopolio de la manipulación y su noticiero tiene menos rating que televentas de la madrugada.
A la señora Orozco se le cayó la máscara y le pasó su tiempo.
La ñapa I: De sus difamadores nadie se acordará en unos años; en cambio, Álvaro Uribe quedará inscrito para siempre en las páginas de la historia, como el mejor presidente que ha tenido Colombia.
La ñapa II: Silvia Gette fue llamada a juicio por el asesinato de Fernando Cepeda. Siempre la tuve clara. Hoy, la segunda instancia revoca una decisión de primera instancia que desfavorecía los intereses de las víctimas. Se está haciendo justicia, y eso es lo único que importa.