La gratitud no tiene fecha de caducidad. No vence con el tiempo ni pierde validez porque una relación haya terminado o porque la vida haya tomado otros rumbos. Sin embargo, ocurre con frecuencia: pasan los años, cambian los escenarios, y pareciera que el bien recibido se borra de la memoria. Como si aquello que un día sostuvo, ayudó, abrió puertas o alivió cargas dejara de existir solo porque ya no resulta conveniente recordarlo.

La gratitud auténtica no depende de la cercanía, de la utilidad ni de la permanencia de los vínculos. Depende de la honestidad interior. Agradecer es reconocer que no todo lo que somos y tenemos lo construimos solos. Y ese reconocimiento, lejos de restar valor, nos humaniza y nos madura emocionalmente.

Desde la psicología, la gratitud no es únicamente un valor moral; es un factor protector de la salud mental. Agradecer regula el ego, ordena la percepción de la realidad y fortalece una autoestima sana. Por el contrario, ignorar el bien recibido, minimizarlo o darlo por sentado termina afectando el equilibrio emocional. Cuando la ingratitud se vuelve un patrón repetitivo, suele estar asociada a dos extremos igualmente dañinos: el ego inflado de quien cree merecerlo todo, o la autoestima frágil de quien considera que agradecer lo coloca en una posición de inferioridad. Ambas posturas desconectan a la persona de los demás y de sí misma.

Seamos gratos. Y si nos cuesta, aprendamos a ejercer la gratitud como una práctica consciente. Cultivémosla, entrenémosla y enseñémosla también a quienes tenemos a nuestro alrededor, porque la gratitud no solo se siente: se aprende y se transmite.

El año 2025 implica algo más que hacer balances financieros o revisar metas cumplidas. Implica revisar la memoria emocional. Preguntarnos a quién no hemos agradecido, qué gestos, apoyos o palabras oportunas quedaron archivados en el olvido. La gratitud no exige reconciliaciones forzadas ni idealizar el pasado; exige justicia emocional: llamar bien al bien, aun cuando la historia haya cambiado.

La Biblia lo expresa con una claridad y vigencia: “Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5,18). No dice “cuando todo esté bien”, ni “cuando la relación continúe”, sino en toda situación. Agradecer también es una forma de fe madura y de libertad interior.

Abrir el 2026 con gratitud no es un gesto ingenuo ni romántico. Es una decisión consciente de salud mental, humildad y crecimiento personal. Las personas agradecidas no viven ancladas al pasado, pero tampoco lo niegan. Caminan más ligeras porque no cargan cuentas pendientes con la vida.

Tal vez este sea el mejor propósito para el nuevo año: no permitir que el tiempo borre el bien recibido. Agradecer a tiempo, agradecer siempre. Porque la gratitud no prescribe… y cuando falta, se nota. Feliz 2026: que la gratitud sea el punto de partida y no solo el balance final.

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