A lo largo de la historia del cine, el monstruo concebido por Mary Shelley ha adoptado incontables formas, pero pocas tan impregnadas de humanidad, dolor y belleza como la que propone Guillermo del Toro en su nueva versión de Frankenstein. El director mexicano, maestro del cine fantástico, parece haber encontrado por fin el momento ideal para concretar un proyecto que —según él mismo ha confesado— llevaba soñando desde hace décadas. El resultado es un relato que dialoga con nuestro presente: habla del monstruo y de su creador, pero también de las múltiples versiones que pueden surgir de un mismo acontecimiento.
Aunque su metraje puede sentirse extenso, la película despliega un universo visual deslumbrante por los detalles estéticos que se articulan con precisión. Del Toro convierte el clásico en un cuento de hadas gótico donde lo grotesco se funde con lo sublime, siguiendo la línea emocional que ya había explorado en The Shape of Water.
En el centro de la historia está Victor Frankenstein (Oscar Isaac), obsesionado con vencer a la muerte y decidido a canalizar sus energías en la ambición de crear vida. Marcado por una infancia traumática, un padre ausente y la pérdida temprana de su madre, cuando finalmente logra dar vida a su criatura (Jacob Elordi), ya no le quedan fuerzas para lo afectivo. La secuencia de creación es una de las más impresionantes del filme, con estudios anatómicos, cadáveres, el sonido de huesos y articulaciones, y un globo ocular que encaja en su cuenca, logrando un despliegue sensorial que combina la crudeza con su estética poética.
Sin paciencia ni empatía para educar a su creación, Victor apenas alcanza a enseñarle su propio nombre, generando una dependencia total que luego le resulta imposible manejar. Es a través de Elizabeth (Mia Goth) que el comportamiento de la criatura comienza a transformarse, sugiriendo que incluso aquello considerado monstruoso responde a la presencia —o ausencia— de afecto.
Los temas del rechazo, el abuso, la culpa y el arrepentimiento atraviesan toda la narración. El Frankenstein de Del Toro es, ante todo, una historia de padres e hijos que no pretende sorprender por lo que cuenta —conocemos bien la trama— sino por cómo la hace sentir. Y en ese sentido, logra mantenernos cautivos y asombrados por la mezcla de belleza y espanto.
Guillermo del Toro regresa aquí al corazón humano de la obra original con un monstruo bajo cuyas cicatrices se respira un grito de humanidad que nos obliga a mirar más de cerca nuestras propias heridas.
@GiselaSavdie








