Electrificación es desarrollo, eslogan que acogió hasta Lenin, quien gustaba de leer la revista Scientific American, cortesía de su amigo y fundador de Occidental Petroleum, Arman Hammer. La electricidad es sólo una pieza del rompecabezas energético, con cerca de un quinto del consumo total de energía, pero tiene un impacto extraordinario en el bienestar. Las siete mayores economías del mundo aportan el 57% del producto bruto global y albergan el 45% de su población. Veamos qué proporción de su electricidad fue generada por fuentes de energía renovables en cada una de ellas en el año 2024: Estados Unidos 22%, China 36%, Japón 22%, Alemania 58%, India 23%, Reino Unido 50% y Francia 23%. Colombia, con un 71%, triplica a cuatro de ellas, duplica a una y supera a las otras dos con holgura, gracias a que un 65% es de origen hidráulico y un 6% entre solar, biocombustibles, biomasa y eólica. De aquellas, Francia utiliza porcentualmente menos combustibles fósiles para generar electricidad gracias a su altísimo 65% de fuente nuclear.
Colombia genera sólo el 0,3% de la electricidad mundial y lo hace con una baja huella de carbono que están lejos de alcanzar la mayoría de los países. No es ahí donde el país tiene un pasivo ambiental. Es en la deforestación, jalonada por el incremento de hectáreas de coca en el segundo período de Santos y en lo que va del de Petro; tenemos también mucho por mejorar en el sector transporte, el mayor emisor de CO2 en el país. Aun así, si el mundo tuviera una huella de carbono per cápita igual a la de Colombia cumpliría sobradamente la meta necesaria para evitar el incremento de 1,5° C en la temperatura planetaria. Además, El Reino Unido lleva tres siglos emitiendo altas cantidades de CO2, Alemania y Francia llevan dos siglos, Japón y Estados Unidos uno y medio, Rusia uno y China medio. Ésta es ya la mayor emisora del planeta. Deberían ellos subsidiar la transformación de las matrices energéticas a los países en desarrollo; y Colombia debería rechazar que le carguen las emisiones de sus exportaciones de combustibles fósiles que consumen otros. Las nuevas fuentes de energía son bienvenidas, pero frenar la exploración de petróleo y gas y reducir la producción de carbón es intrascendente a escala global, mientras debilita nuestra seguridad energética, elimina docenas de miles de empleos formales y deteriora las finanzas nacionales y territoriales. Es pues, según la definición del profesor italiano Carlo Cipolla, una clara estupidez.
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