La sincronización de los semáforos no es arbitraria. Detrás de cada luz verde o roja hay cálculos basados en la demanda de tránsito de los distintos actores —vehículos, peatones, ciclistas— en cada intersección.
Una forma simple de entenderlo es imaginar que el tiempo de luz verde es como repartir un pudín de cumpleaños: cada grupo de usuarios recibe una porción proporcional al número de personas o vehículos que representa.
Por eso, cuando alguien se queja en redes sociales de que el rojo “dura demasiado”, en realidad está experimentando la suma de las porciones de todos los demás. Tu verde es tu pedazo del pudín; tu rojo, el turno de los demás. Y así es como debe funcionar para que todos puedan pasar, tarde o temprano.
Las olas verdes
A nivel de corredores —por ejemplo, la carrera 46, la 51B o la 52—, los ingenieros analizan la velocidad promedio de desplazamiento para programar lo que se llama el desfase temporal: la diferencia entre el inicio del verde de un cruce y el siguiente.
En condiciones ideales, si los vehículos se mueven a la velocidad prevista, deberían encontrar una “ola verde”, es decir, una secuencia fluida de semáforos abiertos.
Pero en la práctica, esa sincronía es frágil. Las velocidades varían a lo largo del día y dependen de factores como la hora pico, las obras en la vía, los cierres parciales o incluso los eventos masivos. Si la velocidad cambia, también cambia el tiempo que tarda un vehículo en llegar al siguiente cruce, y la “ola verde” se rompe.
Además, hay un problema matemático difícil de resolver: cuando hay flujos fuertes en ambos sentidos —por ejemplo, norte-sur y sur-norte—, lo que es una ola verde para un sentido se convierte en una ola roja para el contrario. Si se desfasa 20 segundos hacia el norte, se genera un desfase negativo de 20 hacia el sur. En Barranquilla se ha optado por una solución clásica: agrupar los semáforos en conjuntos de tres intersecciones consecutivas, de modo que cualquier conductor pueda avanzar al menos tres cruces con luz verde en cualquier sentido.
El caso de la carrera 52
La carrera 52 atraviesa corredores de gran importancia —como las calles 76, 79, 82 y 84—, cada una con diferentes geometrías, volúmenes y velocidades. Esto hace que cada corredor tenga su propio patrón de sincronización, imposible de alinear perfectamente con los demás.
En términos matemáticos, no es viable hacer coincidir todos los ciclos sin sacrificar la movilidad de alguna vía. Existen métodos avanzados, como los llamados sistemas BiLevel, que buscan un equilibrio, pero incluso estos implican compromisos: mejorar un flujo casi siempre significa ralentizar otro.
Entre la teoría y la realidad
Todo lo anterior corresponde a condiciones ideales. Pero en la vida real, la teoría se encuentra con obras de infraestructura vial, del acueducto o los desvíos y los imprevistos que alteran cualquier modelo.
Por eso, más allá de la sincronización perfecta, lo importante es comprender que detrás de cada luz roja o verde hay una lógica, una ecuación y un equipo técnico intentando repartir el tiempo de la manera más justa posible.
*Gerente Sistra SAS