Ya desde los tiempos más antiguos la violencia como expresión humana era lógicamente censurable. Séneca en el libro primero de “De la vida” afirmó que “la violencia desenfrenada nos pone en manos de nuestros enemigos”. Y Anatole France lo subraya en la Isla de los Pingüinos en el capítulo XI cuando categóricamente sentencia que “¡La violencia es el enemigo del progreso; nunca se consigue nada por la violencia!”. Sí, desde que el mundo existe habita la violencia, como si fuese parte integral de nuestras vidas. Hasta el mismo Jesús lo condena y criticó la violencia reventándole las extremidades con clavos enormes y sacrificándolo en una cruz a la vista de miles de seguidores.
Hoy día la violencia sigue formando parte de la vida y del proseguir del mundo. Pero obviamente eso no la justifica jamás. Porque la violencia está antecedida, entre otras razones, por sentimientos tan absurdos como el odio, los resentimientos, las envidias, los rencores. Y esto domina al mundo, así lo escribe la historia y lo seguirá escribiendo. Ella, la historia no miente. No inventa. No se imagina los sucesos; los vive. Las guerras mundiales lo testifican, en 1945 cuando se firmó la paz de la segunda de estas mundiales de las guerras, así lo afirmó Churchill: “Ojalá sea por largo tiempo.”
Obviamente nada de estas reflexiones justifica la violencia en sus múltiples manifestaciones. Hace unos días asesinaron a una senadora demócrata en Estados Unidos e Irak, Irán y Hamás e Israel buscan cada día más incrementar muertos e indefensos para quizá salvar el honor. Igualmente interminable los afanes de Rusia por mantener el conflicto con Ucrania. ¿Por qué? Por unos territorios que se quieren anexar. ¿Lógico esto? ¿Cuántas vidas ya se han cobrado por estos intentos? Y aquí estamos en Colombia, a la fecha de escribir esta columna, con delicado estado de salud de un muchacho presidenciable que solo anida en su corazón y en su mente el deseo de servir como lo sintieron su abuelo, a quien mucho conocimos y calibramos su calidad humana.
Colombia lleva un siglo de violencia y se confirma que este lamentable fenómeno humano tiene su génesis entre nosotros en la envidia y los odios, en el egoísmo y la corrupción mental y física. Qué lástima porque no va a ceder, porque es diríamos endémica, porque en tantos años no la hemos podido erradicar. Ha podido más la violencia que los esfuerzos por la paz. Ha ganado más la barbarie que la justa razón de los millones de colombianos limpios que ansiamos una república tranquila y en paz. Ojala algún día salgamos de esto y las nuevas generaciones puedan aterrizar en los ensueños de la convivencia pacífica, tranquila, muy cerca de Dios que lo necesitamos con urgencia.