Vivimos tiempos tecnológicamente asombrosos. Estamos en plena revolución de las máquinas que procesan datos a velocidades absurdas. Hoy cualquiera, desde una app, puede generar una foto, una voz o un video tan real que ya cuesta distinguir entre lo verdadero y lo falso.

Y claro, estamos maravillados. Atónitos. Embobados. Verdaderamente apendejados.

Porque al principio todo deslumbra. Lo nuevo emociona, sacude, nos hace creer que nada volverá a ser igual. Y tragamos entero. Pero no por mucho tiempo. La historia nos lo recuerda: al final, el instinto humano despierta. Dudamos. Comparamos. Razonamos. Y cuando baja la espuma, entendemos mejor. Sin tanta boberIA.

Un ejemplo.

En los años noventa surgió la comida sintética. Los laboratorios prometieron replicar las moléculas del ADN de los alimentos y nos dejamos deslumbrar. Soñamos con carne infinita, leche sin vacas, arroz de laboratorio. Pero luego vinieron los estudios, las enfermedades, las alertas… y reaccionamos. Hoy, solo imaginar comer plástico nos repugna. Leemos etiquetas, evitamos químicos, y lo orgánico se volvió un lujo.

Con la pandemia, nos fascinamos con lo virtual. Pensamos que los congresos, conciertos y eventos se volverían exclusivamente digitales. Pero pronto recordamos que somos humanos. Que saludamos con la mano, que abrazamos, que necesitamos el contacto. Hoy, los conciertos agotan boletería en minutos y la industria de eventos está más viva que nunca.

Ahora vivimos el furor de la Inteligencia Artificial. Y los magnates tech, otra vez, prometen que todo cambiará.

Que el cine como lo conocemos desaparecerá porque ya no se necesitarán actores. Que los medios dejarán de cubrir noticias. Que la publicidad ya no dependerá de agencias. Que no hará falta pensar para tener ideas.

Pero no hay que ser adivino para saber que esto no pasará. La IA generativa será una herramienta poderosísima, sí, pero llegará a un punto en que ya no sabremos qué es real. Y ante tanta mentira, todo nos va a parecer cuento.

No seamos tan pendejos. El ser humano no dejará de ser humano. Y muy pronto, toda esta “boberIA” nos comenzará a saber a cacho. Veremos que el latón no es oro, que el vidrio no es diamante, que el espejo no es mágico.

Ya hay estudios que advierten del impacto de la IA en el cerebro humano. De cómo, por dejar de pensar, comenzamos a atrofiar lo que más nos hace humanos: el criterio. Y tarde o temprano, valoraremos de nuevo lo que no enferma. Pensar será un lujo valioso.

El boom de la “boberIA” pronto llegará a su justa proporción.

@eortegadelrio