Durante más de seis décadas, el mural Águila de Alejandro Obregón permaneció fuera del alcance del público general, emplazado en una pared al interior de las antiguas oficinas de la Cervecería Águila. Recientemente, gracias a una donación de Bavaria y al respaldo de la Fundación Santo Domingo, la obra fue restaurada, trasladada e instalada de manera permanente en el restaurante Bocas de Ceniza, uno de los lugares más acogedores y frecuentados del campus de la Universidad del Norte. Esa intervención no solo garantiza la conservación y visibilidad de una pieza importante para el arte moderno colombiano y representativa de nuestro Caribe, sino que también refuerza el compromiso institucional con la promoción del patrimonio cultural y la integración del arte en los entornos formativos.
Las universidades son mucho más que lugares para la transmisión del conocimiento. El arquitecto Christopher Alexander, en su obra El modo intemporal de construir, señaló que «Una persona está tan influenciada por su entorno, que su grado de equilibrio depende enteramente de su armonía con dicho entorno». Con esa afirmación, resalta en qué medida nos debemos a lo que nos rodea, entendiendo el entorno como el conjunto de variables que percibimos con todos nuestros sentidos y que tienen un impacto directo en el bienestar de quienes lo habitan. El entorno universitario, debe, por lo tanto, propiciar ese tipo de armonía, conformando un marco espacial para que sus estudiantes, profesores, funcionarios y visitantes, puedan desarrollar sus actividades de forma fluida y natural, e incluso estimular su creatividad y apalancar su potencial.
En una línea relacionada, Bruno Munari —reconocido artista y diseñador italiano—, sostenía que el arte no debería estar separado de la vida y que no debía limitarse a espacios específicos, como museos o galerías, sino integrarse con los contextos cotidianos, promoviendo así una convivencia activa entre creación y vida diaria. Personalmente, creo que la posibilidad de que un estudiante pueda tropezarse inadvertidamente con una obra de Obregón al tomarse una pausa entre clases es una idea reconfortante.
En este sentido, promover la presencia del arte en una universidad —esculturas, murales, instalaciones, intervenciones sonoras o visuales— no es un gesto meramente decorativo o un ejercicio de egocentrismo institucional. Ciertamente, un entorno que estimula los sentidos, que invita a la contemplación y que ofrece belleza y diversidad simbólica, además de propiciar una vivencia amable, enriquece el crecimiento personal de quienes lo frecuentan.
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