En la mitología griega, Eolo era el Señor de los Vientos, pues Zeus le dio el poder de controlarlos, apresándolos o liberándolos a su antojo. Ayudó a Odiseo con viento favorable y un odre que contenía vientos como reserva. Su tripulación creyó que en la bolsa había oro y la abrió, generando fuertes tempestades; Eolo se negó a ayudar de nuevo. De su nombre deriva la energía eólica, ya que se obtiene del viento mediante aerogeneradores.
En un mundo en búsqueda de la transición energética sin sacrificar autosuficiencia ni soberanía, Dinamarca ha elegido una interdependencia planificada. Los daneses tienden cables, redes y acuerdos con sus vecinos. En vez de temerle a la intermitencia del viento, han desarrollado habilidad para gestionarla. Más de 50% de su electricidad proviene de turbinas girando en el Báltico y el mar del Norte. Con 19 gigavatios de capacidad instalada para 6 millones de habitantes (Colombia: 18 y 53 millones), combina eólica marina, solar, bioenergía y gas y carbón como respaldo (cuando hay alta demanda o baja producción renovable). La fórmula no es solo tecnológica, sino de esquema institucional al estar integrados a redes eléctricas de Suecia, Noruega, Alemania y Países Bajos. Noruega, con quien fueron un solo reino durante 4 siglos, actúa como una batería natural con su capacidad hidroeléctrica, recibe energía danesa en días ventosos y devuelve cuando se necesita. Ejemplo de diplomacia energética y confiabilidad. Parece soberanía verde, pero es en realidad una apuesta estratégica por interdependencia con soberanía energética. No autosuficiencia aislada, sino resiliencia con aliados confiables. Los países tienen miedo a depender y los daneses lo hacen, pero con diseño, reglas claras, diversificación de fuentes y confianza en el marco europeo. La pregunta obligada es si este modelo sería replicable en América Latina. La respuesta puede ser incómoda. Colombia tiene una matriz renovable basada en el agua, vulnerable al clima, y el gas natural, hoy importado. Los sistemas de respaldo son limitados y la interconexión regional es frágil, si no inexistente. La transición energética no es solo cuestión de tecnologías limpias, sino de confianza institucional, planeación rigurosa y cooperación internacional. Dinamarca no es un modelo para emular a la ligera, pero sí es una muestra de lo que se puede lograr cuando la transición es técnica, política y cultural. Lo que prima es escoger con quién nos integramos, cómo nos protegemos y hasta qué punto estamos dispuestos a ceder control para ganar resiliencia.
Admirable el modelo danés, con ciertos riesgos sobre la soberanía energética, pues nunca se sabe qué puede pasar en tiempos turbulentos. La actual geopolítica mundial ha demostrado ser volátil, aunque en tiempos de paz todo luzca bien. Hay marineros que buscan oro fácil, sin mirar consecuencias, y Eolo desata tempestades en vez de suaves vientos.
@achille1964