Estamos en un momento que exige grandeza. El Senado tiene 36 días para hacer lo que ya debía haberse hecho y reconocer lo obvio: que la jornada nocturna empieza a las 6 pm., que trabajar un domingo merece recargo del 100 %, y que los repartidores de plataformas merecen dignidad laboral. Es la oportunidad para que la oposición demuestre que entiende lo esencial del liderazgo: ponerse en los zapatos del otro. Y ojalá sigan el ejemplo de un gran líder que nos dejó hace poco: José “Pepe” Mujica.
¿Qué hizo Mujica, expresidente de un país de apenas tres millones de habitantes, para convertirse en un referente global respetado y querido? La respuesta es sencilla: lideró con el ejemplo y para los que más lo necesitan. No a punta de despliegues mediáticos; le bastó con vivir como pensaba, actuar como hablaba y gobernar con humildad, convencido de que era lo justo. Su poder no venía del cargo, sino de su coherencia. Y es ahí donde la política se vuelve útil: cuando los discursos se convierten en acciones concretas.
Nos guste o no, la realidad es que Petro, como Mujica, conecta. Tiene narrativa. Habla con quienes sienten que nadie más los ve. Y por eso, a pesar de los escándalos, las tensiones internas y las promesas incumplidas, sigue teniendo apoyo. Porque, aunque no siempre cumpla, da la sensación de estar del lado del pueblo. Pero gobernar no es solo emocionar, es transformar. Y cuando la narrativa se impone sobre la gestión, el costo lo paga la gente. El discurso de estar del lado del pueblo no alcanza si la realidad no cambia.
Y sin embargo, la oposición parece estar en otra conversación. Como dijo Sebastián Sanint en una columna que leí hace poco, los precandidatos están más preocupados por tumbar a Petro que por liderar y conectar con la gente de carne y hueso: el taxista, el joven del Sena, la señora de los tintos, o el trabajador al que no le pagan nocturnas. Tal vez porque llevan años atrapados en sus burbujas empresariales, urbanas o ideológicas. Siguen hablando entre ellos, mientras el país les grita desde el andén.
Esa columna me hizo pensar en por qué Barranquilla sí pudo. Colombia hoy se parece a la Barranquilla de 1994: desigual y golpeada. Y Petro se parece al cura Hoyos: el que incomodó al poder y lo obligó a mirar hacia los más pobres. La diferencia es que aquí surgió un liderazgo que entendió el mensaje y durante 20 años se enfocó en transformar, incluyendo a quienes siempre habían estado al margen. El cambio se siente. Y aunque no fue perfecto, hubo un rumbo claro: transformar para incluir.
Mujica siempre supo que liderar es servir, estar al lado de la gente y resolver lo que les duele. Y ese es el chip que debe cambiar la oposición. Colombia no necesita salvadores, necesita líderes que sepan escuchar, entender y cumplir. Porque solo cuando el poder se pone en los zapatos del otro, la política deja de ser discurso y se convierte en esperanza.
@miguelvergarac