Mayo nos invita a mirar con otros ojos a quienes, con amor silencioso y fortaleza inquebrantable, levantan familias, comunidades y sueños. Hablo de las madres, y especialmente de aquellas en nuestra Costa Caribe colombiana que, pese a las dificultades, siguen siendo reflejo de esperanza y vida.
En Barranquilla, más de 4.500 madres comunitarias exigieron recientemente al Estado condiciones laborales dignas. Cuidan de miles de niños, muchas veces sin garantías. Su protesta es un acto de dignidad y amor colectivo: piden respeto para su trabajo, pero también para la infancia que protegen.
En Cartagena, muchas mujeres enfrentan la pobreza extrema como únicas proveedoras de sus hogares. Son guerreras cotidianas que, con coraje y fe, aseguran un plato de comida, una palabra de aliento, una nueva oportunidad. Ese amor se vuelve su motor.
Desde Magangué, Bolívar, madres campesinas lideran huertas familiares gracias a proyectos como Matié, que promueve la agricultura sostenible como vía de independencia económica. Mientras tanto, en Santa Marta, mujeres migrantes y colombianas se capacitan en habilidades digitales y liderazgo, demostrando que el empoderamiento femenino es también una herramienta de paz y transformación.
En San Juan Nepomuceno, Colosó (Sucre) y Luruaco (Atlántico), un grupo de mujeres emprendedoras y madres cabeza de hogar se han convertido en guardianas del tití cabeciblanco, una especie endémica en peligro de extinción y símbolo de la riqueza natural del Caribe colombiano. Apoyadas por la Fundación Proyecto Tití, estas mujeres no solo protegen el bosque seco tropical, sino que transforman materiales reciclables en hermosos bolsos tejidos a mano, llevando consigo un mensaje de conservación y dignidad. Con cada puntada, ellas no solo construyen sustento para sus familias, sino que tejen esperanza en un mundo que necesita más manos que cuiden y menos que destruyan.
En La Guajira, las mujeres indígenas wayuu siguen siendo símbolo de resistencia ancestral. En la última edición del Festival de la Cultura Wayuu, el protagonismo fue para las Jimot, líderes femeninas que representan la continuidad del linaje. Además, más de 120 artesanas han sido apoyadas en su formación y comercialización, fortaleciendo su economía y reafirmando su papel como cuidadoras del territorio. En una tierra marcada por el olvido y el cambio climático, ellas siguen tejiendo esperanza, con hilos de identidad y firmeza.
Y así, en otros rincones del Caribe colombiano, recordamos y exaltamos a muchas mujeres que de manera silenciosa y anónima son protagonistas de una vida llevada con hidalguía y mayordomía, amando con el amor de 1 Corintios 13:7.
A través de estas historias, el Caribe nos recuerda que la maternidad no es solo cuidado: es liderazgo, es resiliencia, es semilla de transformación. Como dice Proverbios: “La mujer sabia edifica su casa” (Proverbios 14:1); y estas madres edifican algo aún más grande: una sociedad con memoria, fe y humanidad.
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