La historia se repite. Cambian los nombres, cambian los lugares, pero el dolor y la indignación son los mismos. Esta vez fue Yesica Paola Chávez Bocanegra, una mujer de apenas 26 años, quien perdió la vida a manos de su pareja sentimental, un policía activo que, luego de propinarle más de 10 disparos en el lugar donde trabajaba, se quitó la vida. Llegó, descargó todo el proveedor de su arma de dotación sobre ella, recargó y disparó de nuevo. Así, también, dejó a dos niños huérfanos.
No fue un hecho aislado. No fue “un caso más”. Es parte de un patrón doloroso que venimos viendo con demasiada frecuencia en Colombia y que en este 2025 no ha bajado: feminicidio tras feminicidio, tragedia tras tragedia, dolor tras dolor. Y lo más desesperanzador es que muchos de estos crímenes pudieron haberse prevenido. Esta no fue la excepción. El agresor tenía antecedentes por violencia intrafamiliar en 2019 y 2024. ¿Cómo es posible que alguien con ese historial siguiera portando un arma de fuego? ¿Cómo es que, en un país que dice rechazar la violencia contra la mujer, se permiten estas omisiones tan graves?
Cada feminicidio es una vida perdida que pesa sobre la conciencia de un sistema que no escucha, que no actúa, que no protege. ¿Cuántas alertas más hacen falta? ¿Cuántos antecedentes deben acumularse antes de que se tomen medidas reales? No basta con lamentar las muertes ni con llenar las redes sociales de mensajes de solidaridad cuando ya es demasiado tarde. La prevención no puede seguir siendo una palabra vacía.
Hoy, mientras los noticieros pasan las imágenes violentas del crimen, hay dos niños que deberán aprender a vivir con la ausencia brutal de sus padres. Hay una familia destruida. Hay una sociedad entera que debería preguntarse, con seriedad, por qué seguimos fallando.
No podemos normalizar la violencia. No podemos seguir reaccionando solo cuando las tragedias explotan frente a nuestros ojos. La violencia es un problema estructural, y combatirla implica cambios profundos: filtros estrictos en las instituciones armadas, seguimiento real a quienes tienen antecedentes, protección efectiva para las mujeres que denuncian, educación en igualdad desde la niñez. No podemos seguir improvisando.
Yesica Paola no es un número más en las estadísticas. Es una vida que se apagó porque, una vez más, fallamos. Y mientras sigamos tratando cada feminicidio como un hecho aislado, la lista seguirá creciendo. Ya vamos tarde, pero se deben tomar acciones urgentes lo más pronto posible desde todas las instituciones y sobre todo, desde la educación y la prevención.