Siendo rector de Uninorte, me propuse en 2014 crear el pregrado en Filosofía y Humanidades. La tradición clásica lo llamaba Filosofía y Letras, título con el que me gradué en la Javeriana de Bogotá. Pero queríamos ser más amplios con el término humanidades, que cubre arte, historia, música, poesía. Remite a lo que se entiende por humanista desde los tiempos del Renacimiento europeo.

Diez años después, con motivo de la celebración de la primera década de su creación, me hicieron una pregunta en un conversatorio: “¿Barranquilla alejandrina?”. Iniciada la entrevista con la filósofa Sara Martínez, la referencia obligada era Julio E. Blanco creador del Museo del Atlántico en 1944. En aquel momento Blanco proponía que la ciudad tuviera en el Caribe la proyección económica y cultural que Alejandro Magno quiso imprimirle a la ciudad que él fundó, en el delta del Nilo y sobre el mar Mediterráneo, cuando conquistó el Egipto de los faraones.

Barranquilla, por su lado, tomó forma a partir de poblamientos indígenas en el mismo lugar por donde el río Magdalena salía por varias bocas al mar Caribe en tiempos milenarios. Decir Alejandría-Barranquilla implica un paralelismo histórico insoslayable que, al crear el Museo, origen de la Universidad del Atlántico, J.E. Blanco asociaba, y no por azar, con la biblioteca que llevó por siglos el nombre del emperador macedónico. J.E. Blanco hizo historia cuando propuso que Barranquilla fuera alejandrina.

Conocí a Blanco en persona. Fui visitante asiduo de su casa al norte de la ciudad, en donde conversábamos con frecuencia. Fue en ese tiempo (1984) cuando ediciones Uninorte publicó en español mi tesis de Maestría en la universidad de Lyon, que Francisco Álvarez Iguarán tradujo del francés bajo el título Nietzsche y el retorno de la metáfora. Para la presentación pública del libro, Julio Enrique escribió unas palabras que leyó su hija Martina Blanco Lessen. Mi libro estaba impreso, razón por la cual sus palabras no pudieron incluirse en la primera edición. El escrito a máquina de Julio E. se extravió, pero afortunadamente EL HERALDO publicó entonces el texto completo que se conserva en los archivos del periódico.

En las conversaciones con Blanco, en su casa montada sobre un baluarte empedrado, hablábamos largo. En una ocasión tratamos el tema de la ciudad alejandrina en la que él seguía pensando, con la convicción intacta de los años de 1940, pero ampliábamos el concepto en el sentido de que la ciudad necesitaba pensarse. El filósofo debía ser esa consciencia pensante de la ciudad. Estábamos plenamente de acuerdo. Pero también divergíamos en cuanto la metafísica de Kant y a la filosofía existencial de Martin Heidegger. A él no le atraía el pensamiento de este último, en particular el seminario sobre Nietszche, la metafísica y el arte, que el pensador alemán dictó entre 1936-1940, cuando Hitler acrecentaba su poder en Alemania. En sus palabras sobre mi libro, Blanco decía que tuve al acierto de considerar “la obra de Nietzsche propiamente creadora, también de elevada cultura estética, literaria y filosófica”. Dado el contexto histórico hitleriano en el que fueron utilizadas las ideas nietzscheanas, Blanco rechazaba el “nihilismo bestial” y “la mortífera voluntad de poder” que no solo los nazis impusieron sino que también “es lo que hoy se está cumpliendo por doquier” como consigna de “los amos de pueblos enteros llenos de terrorismo”. Tomé estas últimas palabras de J. E. Blanco como un legado que nos dejó para cumplir con la tarea del pensamiento crítico de nuestro tiempo.

La amistad siguió cultivándose hasta su muerte. Sobre la Barranquilla alejandrina nos faltó más tiempo para seguir conversando, pero he reconstruido, después, nuestras conversaciones sobre el filósofo y la ciudad. Para el tiempo en que creamos el programa de Filosofía en Uninorte, el contexto histórico había cambiado notablemente. En el mundo se expandía el lenguaje de la globalización, por lo que se puede afirmar que el programa de Uninorte nació en una ciudad cosmopolita, una ciudad alejandrina, si tomamos el concepto en un devenir histórico cambiante. Diez años después de la creación del programa de Filosofía y Humanidades, las circunstancias del mundo universitario muestran un peso cultural y científico, indudablemente específicos y notorios en la región y el país. Barranquilla es una urbe universitaria con más de 80 mil matriculados en distintas instituciones de educación superior provenientes de todos los rincones del Caribe colombiano.

Ofrece un espacio desafiante para el filósofo pensante, para el humanista del siglo XXI. La filosofía como pensamiento crítico de la ciudad no se conforma con los hechos, sin plantear las preguntas por lo deseable, tratando de convertirlos en nuevos desafíos que den lugar a la transformación política y cultural de costumbres y prácticas destructivas.

Nuestra ciudad es una punta de lanza sobre el mar Caribe. Es entrecruce de comerciantes, industriales, académicos e investigadores que no manejamos el mismo lenguaje pero que podemos identificarnos en la misión de construir desarrollo humano y social, engranaje de todos sus habitantes. Barranquilla es una urbe donde el número de universidades y la población de profesores, investigadores y estudiantes le confieren una dimensión distinta, pero no contraria, a la época de Julio E. Blanco. Su propósito de proyectarla como un eje cultural, científico y económico del Caribe colombiano sigue vigente.