Celebro encontrarme con docentes en la Casa del Maestro de la CUC. Allí reflexionamos sobre nuestra tarea y nos cuestionamos los retos que la vida nos plantea en el ejercicio de acompañar a otros en su proceso de enseñanza y aprendizaje. Compartimos ideas y proyectos de innovación que resultan en tres conversaciones fundamentales:
La primera, con el libro de Tito Crissien: “Líder Motivacional: Principios para transformar, inspirar y construir desde la libertad individual”. En él constato su evolución personal en la concepción del liderazgo, desde su visión inicial del Líder Siervo —plasmada en su primer libro— hasta este texto, que comprende que, para ejercer ese rol ante un equipo, primero hay que pensar en uno mismo. Me detengo en los autores que cita y en sus ideas que me sacuden interiormente y me ayudan a entender que el sacrificio irracional no puede motivar a ningún líder.
La segunda, con Edgardo Sánchez, gran investigador, que con sus análisis despierta en mí preguntas que impulsan mi reflexión sobre la educación. Hablamos de cómo el uso excesivo y poco riguroso de las palabras, las desgasta y debilita su impacto en los ejercicios cotidianos. Esto exige cuidar el lenguaje y saber lo que realmente queremos decir. Necesitamos que la rigurosidad de la academia impacte los diálogos del día a día para que cada concepto conserve su poder. Me propongo ser más cuidadoso al usar cada palabra.
La tercera es con Jader Igirio. Revisamos el rol de la educación en el desarrollo del ser humano. Él recurre a autores para recordarme que educarse es una necesidad humana, porque al nacer somos casi ineptos para la vida, pero con un enorme potencial de aprendizaje. La educación nos desarrolla como humanos. Acepto la idea y trato de complementarla con otra que me resuena en estos días: “envejecer es dejar de aprender”. Le comparto que, más allá de que la vejez sea una etapa cronológica, creo que también es una decisión: la de no volver a sentir ese terremoto interior que provocan las preguntas —siempre el inicio de cualquier aprendizaje-. Es caer en conformismo con el orden mental y existencial que nos da seguridad, pero que nos aparta de la intrépida dinámica de lo humano. Es dejar de vivir, porque vivir es responder a cada reto con nuevos aprendizajes. La vejez, en este sentido, es la decisión de vivir el futuro solo con lo aprendido en el ayer, y comprobar que eso no basta.
Al terminar esta nota, agradezco pertenecer a la Casa del Maestro, a los amigos docentes con quienes comparto reflexiones, y sobre todo, agradezco la maravilla humana que es la conversación.
@Plinero