El presidente de la República, según el artículo 188 de la Constitución, es símbolo de la unidad nacional, y al jurar como jefe de Estado se obliga a garantizar derechos y libertades de todos.
Pero sus palabras recientes parecen alejadas de esa función esencial. Lejos de invitar al diálogo o a la reconciliación, el jefe de Estado ha optado por el agravio personal, el ataque ideológico y la descalificación constante como estrategia.
Su trino sobre el senador Alirio Barrera, usando una caricatura ofensiva y un lenguaje despectivo, va mucho más allá de una crítica política. Refleja una tendencia peligrosa: la normalización de la humillación como discurso desde el poder.
Y no se trata de un hecho aislado. En días recientes, el presidente también acusó al sector empresarial –representado por Bruce Mac Master– de buscar destruir su gobierno por razones de ‘odio étnico’.
¿Dónde queda la responsabilidad de construir puentes en vez de cavar trincheras? ¿Qué sentido tiene deslegitimar a quienes, con esfuerzo y legalidad, aportan al desarrollo del país?
La gravedad de este tono confrontacional se acentúa cuando va acompañado de decisiones institucionales preocupantes.
La salida del ministro de Hacienda, Diego Guevara, generó incertidumbre, y aumentó en prima de riesgo país, en un momento en el que se requería estabilidad para afrontar desafíos fiscales y de inversión.
Más inquietante aún es la reciente designación de Irene Vélez como directora de la Anla, una entidad clave para el desarrollo responsable. ¿Se prioriza el mérito o la afinidad ideológica?
El presidente ha calificado a los médicos como “mercaderes de la muerte” en medio del debate por la reforma a la salud, ha comparado a sus críticos con nazis e incluso se permite ironizar y descalificar a los periodistas, usando términos como “muñecas de la mafia” atizando la violencia digital. Esa burla frente a la libertad de prensa no es solo impropia: es peligrosa.
Más recientemente, sugirió que gobiernos anteriores gobernaban solo para ‘blancos de ojos azules’, mientras el suyo lo hace para afros y mestizos.
Convertir la lucha contra la exclusión en una nueva forma de exclusión, racializando el debate público, no construye justicia: alimenta resentimientos.
El país necesita avanzar. No podemos seguir petrificados ante la estrategia del odio. Colombia requiere instituciones fuertes, respeto por el que piensa distinto y aprecio por quienes emprenden, educan, innovan o sirven desde lo público con integridad.
La unidad nacional no se construye desde el agravio, la destrucción de lo construido, la mentira, el populismo, el catastrofismo, la victimización y la descalificación.
Es momento de ‘despetrificarnos’ y apostar por un liderazgo que inspire esperanza, amor y cohesión.
No se construye una nación tan poderosa desde la desconfianza y la división. Se construye desde el reconocimiento del otro, desde la suma de esfuerzos, desde el amor al país.
Despetrificarse es rechazar la amargura institucionalizada y elegir el camino de la esperanza activa. Ese que transforma desde la libertad, el reconocimiento del mérito y las enormes oportunidades de país. Ese que Colombia todavía está a tiempo de recorrer.
Construyamos desde ya el 2026-2034. ¡Nada de esperar! A trabajar con unidad y esperanza, y dejen de pararle tantas bolas a los X del resentimiento y la amargura.
@Jrestrepo