En el año 1972 mi mayor motivación para asistir al estadio Romelio Martínez era disfrutar de las gambetas de Víctor Ephanor, de su electrizante y espectacular zigzagueo. De su indescifrable pierna izquierda.

Dos años antes me había regodeado a través de la televisión con la magia de Brasil en el mundial de México. De ahí en adelante Willintong Ortiz, Alfredo Arango, Víctor Pacheco, Maradona, Messi, Ronaldinho y todos los extraordinarios futbolistas que han hecho del juego del fútbol una exaltación de la estética, de la armonía, la creación y el placer, me reconcilian con este juego que me apasiona. Y estoy seguro de que así le ocurre a la gran mayoría de los hinchas del fútbol.

Como todos esos futbolistas, también han existido y existen maravillosos equipos que son una perfecta coreografía que representan el fútbol espectáculo y la eficiencia de la estética colectiva.

Todos, futbolistas y equipos, han contribuido para que el fútbol se haya convertido en el fenómeno que es hoy por hoy. Ninguno de ellos ha considerado que pararse en el balón sea una expresión de lujo y ayude al espectáculo. Ellos usaron todos los lujos que podamos imaginar (túneles, sombreritos, bicicletas, taquitos...) para mejorar la jugada, superar al rival y acercarse al gol.

Pararse sobre el balón es una tontería. Es una inocua cabriola de momentáneo equilibrio circense que jamás ha hecho parte del amplio catálogo de la belleza del fútbol. A los que la han ensayado por estos días hay que persuadirlos para que no la vuelvan a hacer porque no aporta nada. Que jugar bien y para el espectáculo es una cosa muy seria.

Y a los que han reaccionado tan violentamente, casi con ganas de linchamiento, hay que enseñarles que hay muchas y mejores causas para defender con la vehemencia que han esgrimido.