La semana pasada se cumplieron cinco años desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por SARS-CoV-2. Cinco años desde que el mundo se paralizó, las calles quedaron vacías y la incertidumbre se instaló en nuestros hogares. Hoy, muchos nos preguntamos: ¿en qué lugar de la historia quedará la covid-19?

Algunos, al compararla con la gripe de 1918, afirman que, por muy letal que haya sido el SARS-CoV-2, una vez que remita, quedará también en el olvido. Otros encuentran similitudes con la poliomielitis, una enfermedad que dejó secuelas visibles en una minoría, pero que, al ser erradicada, se convirtió solo en un recuerdo lejano para la mayoría. Para mí, la covid-19 fue un fenómeno que marcará el futuro inmediato de la civilización, no solo por su impacto sistémico, sino también por la peligrosa polarización que generó en torno a la ciencia y la salud pública.

Las huellas de la pandemia van mucho más allá del número de víctimas. En muchos países, se malgastaron recursos, lo que ha prolongado sus efectos económicos; en otros, la educación aún no se recupera de los retrocesos sufridos por las posiciones radicales de algunos actores. La vestimenta informal, incluso en entornos laborales formales, se ha normalizado. Las reuniones virtuales, afortunadamente, siguen formando parte del día a día, evitando desplazamientos que antes considerábamos indispensables. Sin embargo, pese a estos cambios, la conversación sobre la covid-19 ha desaparecido de la esfera pública. Nadie se acuerda de las víctimas; pocos monumentos se construyeron en su memoria y no se decretaron días de conmemoración. A diferencia de otros eventos históricos, la sociedad parece haber decidido pasar página rápidamente.

Este olvido colectivo es comprensible, pero también peligroso. La pandemia no fue solo un desafío biológico, sino también social. Desde su inicio, la desconfianza en la ciencia y en las instituciones sanitarias creció de manera alarmante. Mientras que en 1918 la población acataba las medidas de salud pública sin mayor cuestionamiento, durante la covid-19 la resistencia a las mascarillas, cuarentenas y vacunas alcanzó niveles sin precedentes, en gran parte debido a la politización que se hizo por su implementación.

El problema es que habrá otra pandemia. Es solo cuestión de tiempo. Y la forma en que valoremos las lecciones de la covid-19 determinará cómo enfrentaremos la siguiente crisis sanitaria. Si el legado de estos años es la desconfianza, la respuesta a una nueva pandemia será aún más débil.

El peligro se agrava con la presencia de gobiernos populistas y negacionistas de la ciencia que refuerzan irresponsablemente el escepticismo. En varios países, la pandemia sirvió como catalizador de discursos anticiencia que minimizaron la importancia de la salud pública y desacreditaron a los expertos. Un tema de interés común, como la necesidad de fortalecer nuestras capacidades para enfrentar futuras amenazas, se ha convertido en un símbolo de batalla política. Si seguimos en esta senda, la próxima crisis sanitaria podría encontrar a la sociedad más dividida y menos preparada que nunca.

Un ejemplo de lo anterior lo estamos viviendo estos días en nuestro país, donde pasamos de ser aplaudidos como héroes de bata a ser señalados como vampiros por nuestro presidente. Ante semejante valoración, a la comunidad solo le queda desear que, si la gripe aviar (H5N1) llega a convertirse en una amenaza real para los seres humanos, esta solo se propague de noche.

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