A falta de resultados, esta semana comenzó una novela que parece escrita por Bolívar. Imagínense mi sorpresa, cuando intenté ver el partido de la Selección Sub-20 contra Paraguay y, en lugar de fútbol, me encontré con otro espectáculo: el “cara a cara” del consejo de ministros. Lo más llamativo no fue el acto de rendición de cuentas o de supuesta transparencia, sino la pantomima mal ejecutada, que buscaba reforzar la narrativa de que nada es culpa de este Gobierno.

En medio de la implosión del gabinete presidencial, lo verdaderamente importante de ese consejo pasó desapercibido. Resulta inaudito que, después de dos años y medio, el presidente, con la experiencia actoral que lo caracteriza, le diga al país sin ruborizarse que, de los 195 compromisos de su gobierno, solo se han cumplido 49.

Y en lugar de reconocer fallas y corregir el rumbo, todos los protagonistas se lavaron las manos. Pero el presidente, astuto, montó un debate público al mejor estilo “reality show”, culpando a sus ministros y a sus “agendas paralelas” del fracaso gubernamental, como si él, como líder, no tuviera ninguna responsabilidad.

¿Pero al final no es el liderazgo un ejercicio de ejemplo? Que tal el regaño al ministro de Educación por llegar tarde, cuando él mismo es famoso por su impuntualidad.

¿Con qué autoridad crítica a su equipo cuando él ha impuesto esas conductas? Y sobre la falta de ejecución, si los ministros no han cumplido con los objetivos, solo hay dos escenarios: o el “casting” fue deficiente o no han recibido la dirección y seguimiento adecuados. En ambos casos, la responsabilidad recae en el líder.

El “reality show”, que seguramente continuará, intenta convencernos de que la culpa es de las agendas paralelas y los dramas entre ministros. Y si analizamos la novela, curiosamente parecería que los únicos que se salvan son los petristas purasangre que, indignados, no pueden sentarse con Benedetti ni con Sarabia; cuando los indignados deberíamos ser todos los colombianos porque, según el propio Petro, no han hecho nada en dos años y medio.

Por eso el presidente sigue hábilmente manipulando la opinión pública, tratando de llegar directamente a la gente con un nuevo formato de entretenimiento.

Nos tiene hablando de las segundas oportunidades de Benedetti, de las quejas de Francia Márquez y de las lágrimas de Susana Muhamad, mientras la realidad colombiana, la crisis en el Catatumbo, el colapso del sistema de salud o la casi quiebra del país por una pataleta contra Estados Unidos, quedan relegados a un segundo plano.

Un líder se mide por resultados, y acá, dicho por ellos mismos, no hay nada que mostrar. ¡No más puestas en escena! ¿De qué le sirve al pueblo colombiano tener 146 promesas hermosas pero incumplidas? Ese es el rasero con el que debemos medir lo que viene en 2026. Colombia no necesita otra telenovela, necesita un gobierno.