Allende el amor, todo es finito. Solo una semana de diciembre es suficiente para darse cuenta de que los humanos, en esencia, somos seres nostálgicos. Aún no ha culminado 2024, pero seguimos rindiéndole culto a este “pasado” que todavía no termina de pasar.
Desde noviembre, se escucha en la radio esa popular frase que pareciera hacernos correr como si el tiempo fuera más preciado a medida que se acerca el final de un gran ciclo: «¡Párale bolas, que se está acabando el año!».
Y entonces, empieza la ya acostumbrada carrera contra el reloj que marcará, más temprano que tarde, que “faltan cinco pa las doce”, y que no existen oportunidades para ser o hacer en el año que, inexorablemente, se ha ido.
Sin ausencia, nadie le da suficiente valor a la presencia. No será una ley de la vida, más sí una tendencia en la que circulamos una y otra vez. Aprendemos mucho más rápido a entregarnos por completo al recuerdo de quienes no están que a darnos sin medida a todo aquel que tengamos a escasos metros de distancia o a una llamada telefónica o a un simple mensaje de texto.
¿Pero qué es un año? Acaso, ¿una vida? De cierta forma, puede llegar a serlo. Un año, desde una visión astronómica, es el «tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol y que equivale a 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos», según indica la primera acepción de esa palabra en el Diccionario. Entonces, la pregunta ha de extenderse aún más… ¿Qué es la vida en un año?
Somos eternos nostálgicos porque nos cuesta demasiado vivir con más sencillez… Satisfacer nuestro deseo de bienestar y felicidad con hechos simples y cotidianos como ver la forma en que se dibuja una sonrisa en el rostro de un ser amado.
La nostalgia que gobierna por estas fechas proviene del vocablo prehistórico indoeuropeo ‘nostos’, que tiene un significado hermoso: «Regreso a casa». La paradoja está en que se trata de un retorno doloroso —'algos’, término griego que significa «dolor»— que se viste de alegría.
Una alegría que duele o un dolor que alegra el alma. Eso es lo que sentimos durante toda la temporada decembrina. Y de eso nos damos cuenta a medida que crecemos o que más años sumamos a nuestra historia.
Como en ‘Los amores de Petrona’, canción popularizada por el cantante cartagenero Rufo Garrido, en la vida experimentamos como “en la rueda del cumbión” la forma en que todo termina “como se acaban las velas cuando las van apagando”.
Razón de más tuvo Aristóteles al decir: «Para poder apreciar la belleza de los copos de nieve, es necesario estar en medio del frío».
@catarojano