En esta época del año Barranquilla se siente diferente. Ya empiezan a diluirse las lluvias y esa humedad insoportable que se adhiere al cuerpo, para dar paso a cielos más azules y al regreso de las brisas, que este año parece que sí van a cumplir con su cita. Es un mes alegre. Por eso, me parece que vale la pena darse un respiro y balancear los ánimos. Las últimas columnas del año tratarán de esquivar los sobresaltos y serán sobre libros, música, arte y todo aquello que termina haciendo más vivible la vida. Espero que, aunque sea parcialmente, los lectores se unan a esta sugerencia.
Uno de los libros que más he disfrutado este año es Cuchillo, meditaciones tras un intento de asesinato, de Salman Rushdie. Cuando en agosto del 2022 se conoció que el autor había sufrido un feroz atentado, lo primero que se me ocurrió fue que esa agresión era un ataque contra el arte y la libertad de todos, y así lo expliqué en la columna que escribí entonces. En aquel momento se esperaba lo peor: que, a pesar de haber sido ya desestimada, la fetua decretada contra él en 1989 finalmente se había consumado. Pero no. Rushdie sobrevivió para lanzar una novela que ya tenía prácticamente lista cuando lo atacaron (Ciudad Victoria), y para escribir la breve y conmovedora memoria que he mencionado.
Quizá uno de los mensajes más potentes de Cuchillo, se refiere precisamente a lo que significa un ataque como el que vivió. En una conversación imaginaria con su agresor, Rushdie le «explica» que, luego de las complicaciones derivadas de la publicación de Los versos satánicos, parecía que al final todo era una pelea entre los que tienen sentido del humor y los que no, y que «puede que intentaras matarme porque no sabías reír». Concluye que el arte no es un lujo, es algo esencial al género humano y no demanda ninguna protección especial salvo el derecho a existir. El arte acepta la discusión, la crítica, incluso el rechazo. Pero no la violencia, porque al final la sobrevive. Lorca, Mandelshtam y Ovidio son sus ejemplos, aunque ya sabemos que la relación es extensa (Jara, Lennon, Tate...).
Los relatos de los sobrevivientes calan fuerte. Lo que cuentan Victor Frankl o Primo Levi sobre sus vivencias en los campos de concentración tiene tal peso que todavía revisamos sus obras. En esos casos, su legado sirve justamente para no olvidar ni trivializar lo que puede suceder bajo el totalitarismo. El testimonio de Rushdie, todo lo que cuenta alrededor de ese altercado de 27 segundos, se une a ese grupo selecto de obras, aquellas que dan fe de lo malo que puede pasar para que intentemos evitarlo. Es una lectura recomendada.