Cada vez compruebo que hay un serio problema en el estudiantado de la ciudad porque no saben cómo prepararse para un examen o, incluso, para presentar una exposición sencilla en el salón de clases, por lo que recibo en la consulta una gran cantidad de niños y adolescentes que van mal en lo académico porque no conocen los fundamentos del estudio. Estoy hablando de menores que tienen un coeficiente de inteligencia en los promedios normales que son demostrados mediante una prueba cognitiva que mide el coeficiente de inteligencia.
El motivo de consulta es el mismo, va mal en el colegio. Después de descartar por historia clínica que el alumno no presenta ningún trastorno neurológico o emocional que perturbe el aprendizaje, les hago una prueba de lectura y comprensión lectora para comprobar sus habilidades básicas en estos dos aspectos y aparece un común denominador: leen bien y tienen buena comprensión lectora, pero se les olvida con facilidad lo leído.
Al repasar sus métodos de estudio encuentro que ninguno tiene en cuenta el tercer paso, que es el más importante para estudiar.
El primero es la percepción, que puede ser visual o auditiva, no tiene problema para ver o escuchar lo que se quiere aprender. El segundo es la comprensión, vale decir, lo que sus ojos y oídos percibieron son asimilados sin ninguna dificultad por sus sentidos. El tercero es la repetición, y aquí es donde aparece la explicación. El niño o adolescente estudian bajo la supervisión de los padres, estos le interrogan sobre lo estudiado y la respuesta es afirmativa: leyó y entendió bien, por lo que dejan las labores y se van a dormir tranquilos. Sin embargo, al día siguiente pierden el examen o la exposición y ninguno entiende por qué. La explicación es simple: no repitieron el concepto lo suficiente para grabarlo de tal manera que no se les olvide al día siguiente.
Cuando me preguntan qué deben hacer, les doy la única respuesta: no hay pastilla ni chancletazo para eso, sino repetir las veces que sea necesario para garantizar que graben el concepto. El menor pone de inmediato mala cara porque eso implica más tiempo frente a los libros y menos tiempo para el celular.
Cuando les digo la forma de superar esa dificultad, casi salen corriendo de la consulta por el compromiso para los padres y el alumno: hay que practicar la lectura, la comprensión y el almacenamiento de la información de lunes a domingo, carnavales, semana santa, fiesta del mar, la semana de la vagancia en el mes de octubre, su cumpleaños, navidad, fin de año.
Los menores me miran con odio, pero los padres muestran una sonrisa de complicidad.