«Como nos han enseñado, solo lo que se nombra existe». Esta fue una de las frases con que Claudia Sheinbaum Pardo se posesionó el pasado primero de octubre como la primera mandataria en la historia de México, una patria forjada sobre el machismo, aun cuando no solo han sido machos quienes la han hecho posible. Con su poderoso discurso, la mujer que hoy gobierna ese país que es tanto de Pancho Villa como de Frida Kahlo sentó las bases de una política que, allende los estándares del trillado y aún incomprendido concepto de inclusión de género, no solo habla, sino también transforma con voz de mujer.

«Hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes hazañas de la historia de México… También sabemos que las mujeres podemos ser presidentas», dijo en su primera alocución presidencial la primera mujer en asumir, en 2018, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX). Emociona escucharla, como también reconocer que no es la primera ni será la última en marcar un hito con esencia de mujer en el devenir de un país en que para las del sexo femenino derechos fundamentales como la justicia y la libertad han sido esquivos desde el principio. Como Sheinbaum expresó: «Es tiempo de transformación, es tiempo de mujeres».

Y ese “tiempo de mujeres” quizás siempre ha existido. Pues en la historia de la humanidad es más lo que las mujeres hemos callado que lo que nos hemos atrevido a expresar. Pero siempre ha habido mujeres que se han lanzado a los lobos. Y siempre habrá mujeres que lo continúen haciendo. No solo porque es un derecho nuestro. Sino porque esa es la más ineluctable de las pruebas de que existimos. De que somos. La lucidez de Chimamanda Ngozi Adichie, problematiza el asunto, rompiendo las odiosas cercas de la categoría: «El problema del género es que prescribe cómo debemos ser, en vez de reconocer quiénes somos».

«Hoy quiero reconocer no solo a las heroínas de la patria, sino también a todas las heroínas anónimas, a las invisibles, que con estas líneas hacemos visibles», manifestó la gobernante mexicana, descendiente de judíos asquenazíes y judíos sefardíes, en el ánimo de abrazar a todas aquellas que «soñaron con la posibilidad de que algún día no importaría si naciéramos siendo mujeres u hombres, podemos realizar sueños y deseos sin que nuestro sexo determine nuestro destino». La petición de que se le llame “presidenta”, con ‘a’ al final, es apenas lógica. Pues, como la misma Sheinbaum replicó: «Solo lo que se nombra existe».