Menciono como ejemplo a diez jóvenes de ambos sexos con quienes discutí acerca de cómo les iría en su primer semestre de universidad y a quienes les comenté de las altísimas probabilidades que tenían de perderlo. Todos ellos chicos inteligentes pero con un común denominador como estudiantes: venían de graduarse con un vacío enorme en la lectura, mala ortografía y una sensación de poder llegar con lo mismo a conseguir un título universitario. Tres estudiarían medicina, tres serían abogados, tres ingenieros y un arquitecto. Los 10 perdieron el primer semestre. Posteriormente, pude ir reafirmando esta especie de vaticinio en chicos y chicas con el mismo perfil de estudiantes.
Con el fenómeno de la pandemia salieron a relucir situaciones de las cuales los padres no tenían mayor idea o se hacían los desentendidos cuando los profesores enviaban notas acerca del rendimiento de sus hijos, porque contaban con que sus hijos eran inteligentes y con eso ya tenían ganado el cielo. Sin embargo, la convivencia diaria con sus hijos como estudiantes virtuales fue mostrando que esos profesores que enviaban notas frecuentes no odiaban a sus hijos y era cierto que los alumnos tenían serias dificultades para rendir como se esperaría en función de sus inteligencias.
El aprendizaje básico se da en cuatro etapas. La primera es la percepción por los sentidos para un aprendizaje, la cual puede ser visual o auditiva en el caso del estudio. La segunda es la comprensión de lo leído, visto o comprobado. La tercera es el almacenamiento de la información que se consigue mediante la repetición de lo que se estudia. La cuarta es la reproducción de ese conocimiento en el examen y una nota que califica su rendimiento.
En adelante y con la revisión de chicos con dificultades en el aprendizaje, se hizo relevante que la mayoría de estudiantes fallan en el tercer punto, el almacenamiento de la información. Todos los padres dicen lo mismo: lo que estudia se le olvida con facilidad, en el mismo día y al poco tiempo de haber estudiado, o al día siguiente en el examen se sienten con “la mente en blanco” y, por supuesto, lo pierden.
La razón es esta: todos los estudiantes se conforman con los dos primeros pasos, leer y comprender, lo cual no quiere decir que hayan estudiado; todos fallan en la tercera etapa, el almacenamiento de la información, el cual se consigue mediante la repetición o el uso de estrategias para grabar lo que se estudia. Por eso falla tanto joven en el día a día del aprendizaje ante la protesta de los padres que estudiaron con ellos y no comprenden por qué no recordaban nada al día siguiente. Un estudiante que llegue a la universidad con ese estilo para el estudio tiene altas probabilidades de fracasar, a menos que asuma que no es suficiente con leer y comprender, pues, es la mitad del esfuerzo.
La pandemia mostró que muchos padres ganaron esos dos años debido al esfuerzo que hicieron para facilitar el estudio de sus hijos, quienes continúan engrosando las cifras de un 60% nacional con pésima ortografía y un 80% que lee libro y medio al año.
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