Cuando hoy se conocen los resultados de la consulta anticorrupción, creo –con el debido respeto–, que cualquiera haya sido el resultado, este es incierto.

A partir de los dos años, los seres humanos desarrollamos un pensamiento mágico, que consiste en la creencia de que podemos modificar los elementos del mundo con la mente. Un ejemplo de esto es cuando pensamos con el deseo, sin la lógica de la relación causa-efecto.

Aunque tengo la mejor impresión del grupo que lideró la propuesta, considero que ninguno de los siete puntos ataca lo fundamental. La corrupción crece de manera inimaginable, especialmente por la profunda desigualdad económica y social en el seno de la sociedad colombiana.

Lo que propuso la consulta son arabescos, que no van al fondo del problema. Las soluciones planteadas son más efectistas que efectivas; y tienen mucho de pensamiento mágico, creyendo que con unas preguntas se puede atacar un problema en un mundo donde la corrupción alcanzó niveles transnacionales. La potente idea de Peter Drucker de que vamos a una sociedad de empleados, Odebrecht la hizo realidad volviendo empleados suyos a casi todos los presidentes, ministros y altos dirigentes de toda América Latina. Esta es la verdadera dimensión de la corrupción que la consulta no tocó.

Volviendo a nuestro país, cuando se desea analizar el origen de la corrupción no se puede olvidar la historia. Según señala el libro ¿Cómo mejorar a Colombia?, de 1958 a la fecha han sido asesinadas 800.000 personas producto de enfrentamientos por usurpación de tierra, narcotráfico, contrabando y conflicto armado, entre otras causas. Esta violencia económica y política ha generado una violencia cultural que ha permitido, además, legitimar prácticas corruptas no solo en el Estado, sino en todos los actores de la sociedad colombiana.

Las soluciones a la corrupción no son fáciles; como señala el texto citado, “La educación ética sin instituciones que controlen el comportamiento alimentan el moralismo; las reformas institucionales sin contextualización social propician el leguleyismo”. Y en esto último, el país es muy diligente: somos la nación con más abogados por habitante.

Comprendo la buena intención de los organizadores de la consulta, pero creo que su mirada debió haber sido más profunda. Las economías ilegales del país –llámense contrabando o comercio de drogas–, el crimen multinacional y la desigualdad tan profunda en la distribución del ingreso son el caldo de cultivo para debilitar las instituciones y permitir la corrupción. Porque esta es consecuencia de algo –no es causa–, aunque sus efectos son devastadores.

Haya ganado o perdido, ojalá esta consulta sea solo el comienzo de la movilización ciudadana y se constituya en un generador de cambio para unas mejores prácticas políticas, económicas y sociales. Y no termine como una ‘leguleyada’ más, cuyo costo de $300.000 millones habría dado educación superior de calidad a siete mil jóvenes pilos.

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