Se pone uno a revisar cualquier foro, sea este virtual o tangible, sin importar demasiado si se participa activamente o si solo se actúa como observador, y resulta inevitable encontrar un estado general de significativa exasperación. Parece que no hay tema que se libre de afectaciones desmedidas, como si hubiésemos perdido la capacidad de discusión y debate –o acaso nunca la tuvimos– entregándonos así rápidamente al insulto y a la bravuconería. Declaraciones y opiniones varias se pierden en un pandemónium de incoherencias que deja muy poco espacio para el discernimiento, mucho menos para la comprensión, como si creyéramos que a golpe de gritos y manoteos vamos a lograr construir un país mejor.
Me han llamado mucho la atención las reacciones que he observado en algunas redes sociales, y en no pocas conversaciones cotidianas, con referencia al incremento y redistribución de los impuestos que se adivinan a partir de las recientes declaraciones del ministro de Hacienda. Además del lógico malestar que este tipo de noticias conlleva, he notado una especie de reivindicación mordaz por parte de algunos, develando un “se los dije” acompañado de toda la burla y el señalamiento posible, casi regodeándose de lo que se anticipa como una época difícil para la economía de la mayoría de los hogares colombianos. Da la impresión de que hay quienes están francamente felices ante el complicado panorama, frotándose las manos, esperando la consumación del fracaso para aprovecharse de las perplejidades que suscita cualquier fase tumultuosa. Sin duda están pensando ya en los próximos comicios, suponiendo que si la presidencia de Duque se malogra tendrán el camino más despejado para su propio ascenso. Conviene recordarles que el fracaso del gobierno es el fracaso de todos.
En el marco de la democracia, estas posturas no son del todo extrañas. Es decir, se espera que la oposición adopte algunas de esas actitudes y se enfrente a todo lo que propongan quienes están en el bando contrario. Pero también creo que tales escenarios logran ser constructivos solo si se llevan con altura y, sobre todo, con honestidad. Es innecesario caer en la parodia, o en la ofensa, o en la mentira, para lograr una oposición relevante, de hecho abusar de tales artimañas enloda el ejercicio. Ya debimos haber aprendido que no son válidas todas las formas de lucha.
Creo que le estamos dando sentido a una de las sentencias más recientes de Steven Pinker: “Las ideologías políticas socavan la razón y la ciencia, arruinan el juicio de las personas, despiertan una mentalidad tribal primitiva y los distrae de una comprensión más sólida sobre cómo mejorar el mundo”. Convendría alejarse de fanatismos, dejar las poses mesiánicas y buscar formas de sumarse al esfuerzo, no de trabarlo. Hasta la bienintencionada consulta anticorrupción está siendo objeto de ataques que solo se basan en posiciones políticas. ¡Cuánta saña, por Dios!
@Morenoslagter
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