Antonio Zea Restrepo murió cuando comenzaba agosto; y la muerte lo debió sorprender profundamente indignado.
Pero debo explicar por qué se indignaba Antonio y por qué los demás lo reprochaban y por qué los que bien lo conocían lamentan hoy su muerte.
A muchos nos desconcertó y desagradó esa apariencia de basurero en que había convertido su casa paterna en el barrio La Soledad. Los vecinos habían protestado varias veces y hubo intentos de incendiar su casa por vándalos pagados quién sabe por quién, como protesta por esa agresiva acumulación de basuras en su casa.
Solo periodistas, a la caza de hechos y de personajes fuera de lo común, descubrieron que no se trataba de un agresivo descuido con las basuras, sino de un original museo de la basura, con el que Antonio quería hacer oir su voz de protesta, gritar una idea y crear conciencia pública.
Era más filósofo que administrador de empresas su carrera, y se había planteado los problemas de la evolución, del origen de la vida, pero sobre todo, los fundamentos y contradicciones del capitalismo.
Un periodista le oyó decir con vehemencia de profeta, su visión del hombre de hoy “arribista, irresponsable, inmaduro y mentiroso, y capaz de convertir el mundo en un basurero”. Lo asombraba e indignaba “el espectáculo de millones de idiotas que vivían para producir basura”.
Antes que Antonio, un economista austriaco, Adolfo Kozlik, había estudiado el fenómeno del desperdicio como recurso de la economía capitalista. Su escrito fue rechazado por editoriales que lo hallaron heterodoxo porque contradecía a economistas de renombre. Una editorial vienesa, finalmente, corrió el riesgo y aceptó el libro que denuncia cómo lo que debía ser un medio se había convertido en un fin; para mantener el negocio y sus utilidades, los productos agrícolas y comerciales no se consumían sino que se destruían. El gobierno de Roosevelt en 1933 les pagó a los agricultores para que no sembraran; un millón de granjeros enterró entre la mitad y la cuarta parte de su cosecha de algodón; mataron más de seis millones de cerdos y los convirtieron en abonos; los duraznos se pudrieron en los huertos de California y la producción de cuarenta mil millones de matas de papa se destruyó para mantener los precios; y mientras para la beneficencia se dedicaba el 6% del producto nacional, para la guerra se destinó el 46%.
La guerra que destruía vidas y bienes, mantenía activa la industria de las armas. Fue la filosofía del capitalismo en Estados Unidos entonces, y la que mantiene hoy la producción de artículos desechables y de fácil y productiva reposición. (¿Por qué una nevera de hoy no dura como las de ayer? ¿Por qué hay que reponer computadores celulares y demás productos digitales, cada dos años?) Mientras tanto la humanidad se ahoga en un mar de plástico, no sabe qué hacer con los aparatos de tecnología atrasada y ha convertido al mundo en un basurero.
De Antonio Zea Restrepo, como de los profetas, se recordará más que su figura, su voz indignada ante la estupidez colectiva del capitalismo del desperdicio y de la basura.