Parto de la foto en portada de la revista Semana donde, ya el expresidente Santos, se afloja la corbata. Símbolo de relax. La calma tan necesaria para mantener, a cualquier nivel, el modo propicio hacia el entendimiento.

Me remonto a cuando mis hijos llegaban, tanto en las vísperas del 20 de julio como del 7 de agosto, del colegio, gritando que sacara a la ventana la bandera de Colombia porque “estamos celebrando que los echamos a ustedes de Colombia”, que era lo que tenían clarísimo y cuando el amor de mi vida les sugería que si creían oportuno que nosotros nos fuéramos del país, era cuando con una sonrisa de cogidos en falta caían en cuenta de que les éramos necesarios todavía. Y, que, para querer a un país, no hacía falta haber nacido en él. Simplemente amarlo y trabajar en él de corazón. Y así experimentaron nuestro amor hacia esta bendita tierra. Han pasado tantos años en los vaivenes de la vida que nos han permitido echar raíces en este paraíso en la tierra, que hoy, disfruta de uno de los momentos humanos, económicos y políticos que lo sitúan en el concierto universal de las naciones, con nuestra Barranquilla en la palestra.

En las manos tengo el libro que me ha regalado mi hija: una biografía comedida e interesante sobre nuestro presidente saliente, de María Jimena Dussan. Es de resaltar, como en tantas otras oportunidades de la vida, la importancia de la aceptación del contrincante y el respeto humano, dos ejemplos de saber moverse en “la cuerda floja de la política”, el modo de desbrozar los caminos que nos llevan al entendimiento.

He querido, en referencia con el libro de María Jimena, destacar algún párrafo sobre la apertura de espíritu del expresidente Santos a lo largo de su historia humana y política: “recién establecidas las relaciones con Venezuela, en una reunión posterior, en Santa Marta a la que asistió el presidente Chávez, aunque Santos, un político pragmático que no temía de bandazos, tuvo que meditar la forma en cómo iba a estrechar la mano de Chávez después de haberse convertido en su peor enemigo. Y como ministro de Defensa, posiblemente imitando a su admirado e inolvidable Winston Churchill, que decía que “el éxito en la diplomacia tiene mucho que ver con la empatía personal”. Cuando los dos jefes de Estado se saludaron, Santos le extendió la mano al presidente Chávez, con una sonrisa y afirmó: “esto comenzó muy mal por cuanto a las declaraciones en las que dijo que yo tenía 48 años y no los 58, mi señora me va a exigir mucho más”. Chávez se río de buena gana. Santos logró no solo romper el hielo, sino convencerlo para que le ayudara a iniciar un proceso de paz con las Farc. Entre los dos, el toque de humor, les permitió sobrellevar su abismal diferencia ideológica. Al finalizar la rueda de prensa en la que se reanudaron las relaciones con Venezuela, Juan Manuel Santos llamó al presidente Chávez “su nuevo mejor amigo”. Una sonrisa afectuosa vale más que mil palabras.