En uno de los programas de televisión que se hicieron en Colombia sobre la vida del narcotraficante Pablo Escobar, lo vimos, de niño y estudiante, haciendo una trampa en un examen.

Las directivas del colegio lo sorprenden y mandaron a llamar a la mamá. La señora acude a la cita con el rostro mal encarado.

El seguimiento de cámara indica que apenas vea al muchacho lo va a castigar. Sin embargo, cuando se encuentra con él lo reprende de esta forma: “Ya le he dicho que cuando vaya a hacer algo mal, hágalo bien”.

Recordé el pasaje cuando me enteré del caso del colegio Marymount de Barranquilla.

Unos estudiantes compraron un examen pre-Icfes. O tal vez un profesor de la empresa contratada para aplicarla, vendió la prueba. (¿Quién peca más: el que paga por la peca o el que peca por la paga?).

Era una evaluación apenas diagnóstica para medir las condiciones en que se encontraba la promoción, de cara a la prueba oficial. Pero ese no es el punto.

El caso configuró una falta a la ética en tanto hubo una decisión voluntaria y consciente de robar y engañar, y tipificó una conducta inmoral que apuntaba a desplegar como aceptables el dolo y la trampa.

No eran todos los estudiantes, pero las directivas suspendieron la ceremonia oficial de grados para todos, lo que entiendo más como una lección colectiva que como sanción para los que incurrieron en la falta.

No es un tema de estratos o, como dijeron en las redes, de “esa cultura barranquillera puppy” en la que contrastan los “valores religiosos firmes” y los “valores en permanente carnaval”. No. En la cárcel o esperando por ella, hay corruptos de clubes sociales y también de verbenas populares.

El asunto es más complejo, y hay que ubicarlo en la descomposición que hemos venido teniendo como sociedad a partir de estímulos externos de un medio ambiente que se deja permear y al mismo tiempo, nos permea con la cultura mafiosa de lo fácil y lo inmediato.

Si no hay un pare, como este, entonces estaremos sirviendo de caja de resonancia a lo escabroso que le hace ruido, incluso, a la formación en la escuela.

Los que se iban a graduar en ceremonia no eran solamente unos bachilleres. Eran 61 nuevos líderes, de los que el país espera habilidades y destrezas, y una solvencia moral que les permita entender, sopesar y actuar con justicia en un mundo sin límites.

El mensaje es también para los 700 mil de toda Colombia que de aquí a finales del año deben emprender el mismo rumbo.

La ética –jóvenes– no es un camino anticuado para conseguir el bienestar. Lo correcto no es hacer bien lo malo, sino hacer lo bello y lo bueno. Siempre. La lección que nos deja el Marymount, es que la sabiduría, la valentía y el autocontrol son estadios superiores de la virtud de las personas, y no los capítulos de un libro solitario de superación personal que ya no resiste más sellos de promoción en el supermercado.

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