Terminó con tristeza para Junior un semestre impensado a la luz de lo que se había sembrado en el justo anterior y las contrataciones de supuesto renombre que se anunciaron en enero. La esperada revancha de Alexis Mendoza no lo fue, y en su octava versión la de Julio no fue una película con final feliz. La imagen de los jugadores bajándose del avión directo al bus para supuestamente evitar encontrarse con la molesta afición que nunca fue a recibirlos es un colofón tan gracioso como patético.
Como es costumbre, se irán unos y vendrán otros en la ya tradicional danza de humo y cartas de respaldo bancario que acompañan los mercados de pases. Con Mundial a bordo, la atención se disipa y los precios de las transferencias se mueven al vaivén de convocatorias turbias y recomendaciones de empresarios con abdómenes directamente proporcionales a los porcentajes que cobran. En el intermedio, los mandamases del fútbol nacional se baten a intrigas y puñaladas por la espalda en la Asamblea de la Dimayor, todo en medio de acusaciones de contratos poco santos, mermeladas mal divididas y parcelas de poder irrespetadas. El fútbol es como la vida, dicen. Como el país también, parece.
Volviendo a la actualidad del que con particular sagacidad bautizó el inolvidable Ernesto como “El Milancito criollo”, al desfile de cientos de futbolistas y decenas de técnicos que en los últimos lustros han llegado para irse se le sumarán los que ahora, a juicio de los dueños, sean indicados para ello. Al final de cuentas, se les contrata por supuestamente buenos y se les rescinde por comprobadamente malos. Ese es un axioma futbolero que se repite cada cuanto, sobre todo cuando no hay proyectos.
Proyecto. Esa es la palabra clave. La que nunca o casi nunca se oye pronunciar de quienes deberían saber su enorme importancia. En un proyecto claro, serio, escalable en el tiempo, con metas medibles en distintos plazos, es en donde se sustentan las instituciones grandes o que quieren llegar a serlo. En el Junior, vale decirlo una vez más, se reacciona, pero no se anticipa. No se ven atisbos de planeación.
Sin proyecto y sin planeación, y entre la indiferencia y las ganas de sangre, el canibalismo local espera ansioso noticias de descabezamientos. Tranquilos, que ya están apareciendo. En unos meses se repetirá la historia. Estamos condenados como Sísifo a empujar la piedra cuesta arriba para verla caer a escasos metros de la cima. La metáfora aplica también para goles por juego aéreo en los últimos minutos.
Gracioso y patético. Así somos. Esta es la tercera columna que escribo sobre el mismo tema y casi con las mismas palabras en los últimos dos años. El “alma de tiburón” no se rinde. A veces se aburre, pero no se rinde.
Pd: El estómago no piensa y el cerebro no mastica. A la hora de votar, que sea el cerebro el que nos guíe a todos. Por quien nos parezca, con quien nos identifiquemos, a conciencia y en libertad. A votar todos.
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