Toca escarbar bastante para encontrar momentos de sosiego en medio de esta repetida película electoral de mal final previsible, con encuestas de extremos, postes empapelados, maquinarias roídas y descaradas parcialidades mediáticas. Recogido el que nos vendieron por décadas como nuestro peor enemigo, en el aún pueril imaginario social colombiano se acude a viejos fantasmas con nuevos nombres para mantener el odio y el miedo como los determinantes del voto. Aquí, vamos a aceptarlo de una buena vez, se elige con el corazón y las vísceras antes que con el cerebro. Se miran las caras, las pintas y las compañías. Dime con quién andas y te diré quién eres. En lo dinámica y cambiante de la política nacional no extrañaría que en el escudo el cóndor le diera paso a un camaleón. A veces, a menudo más bien, se cuelan algunos sapos.
Y en este berenjenal del que uno quisiera un final distinto al que el pragmático pesimismo apunta, empiezan a repetirse posturas caudillistas que conjugan con vibrato sostenido los verbos en la primera persona del singular para ganar indulgencias con el trabajo de mucha gente soportado en planes y proyectos que no necesariamente salieron de mentes iluminadas. La visión y la gestión, cómo no, son muy importantes. Lo es más el dejar claros los planes de trabajo y rodearse de las mejores personas para llevarlo a cabo. Mejor aún si se empodera con confianza y humildad.
Claro está: eso no da puntos porcentuales y mucho menos votos; y no es un mal local. El hemisferio entero se ha venido acostumbrando peligrosamente a personificar la noción de Estado en quienes ostentan temporalmente la función de jefes de Gobierno. No es lo mismo. Los gobiernos vienen y van. Los estados no. Creer que el Estado debe doblegarse a lo que el Gobierno de turno considere es una patente de corso al absolutismo. Y eso es tan malo a la izquierda como a la derecha de la mesa. Nada más miremos el vecindario, empezando bien arriba; e incluso veamos nuestro entorno más cercano para darnos cuenta de que por cómoda flojera o por ignorante autocomplacencia entendemos como sinónimos a gerente y gerencia, alcalde y alcaldía, gobernador y gobernación, presidente y presidencia. Los primeros, por supuesto, encarnan lo segundo; y en la medida en que hagan bien su trabajo mejor les irá a sus organizaciones y a los que las mismas sirven. Pero ese encarnar es un encargo finito, y esa finitud no cambia, o no debería, por más poses caudillistas que se acojan.
Bueno sería que en un extraño gesto de humildad se despojaran de esa careta de infalibilidad y nos contaran a todos con quiénes van a trabajar. Tanto derecho tenemos a preguntarlo como deber de hacerlo. Ya hemos visto mucho discurso ‘veintejuliero’ y mucho ir y venir de vainazos en los intentos de debate. Es hora de que se atrevan con algo distinto.
Señores candidatos y señora candidata, ¿quiénes y por qué serían sus ministros?
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@alfredosabbagh