Sin ira. Con firmeza y optimismo. Seguridad y perseverancia. Y con una sonrisa. Que nunca viene mal para seguir enfrentando la lucha contra la violencia machista. La desigualdad en el trato y en los sueldos. La silla vacía en los consejos de dirección. Y hombro con hombro en las obligaciones y convivencia en el hogar y en la oficina. El reto que supone lograr que el embarazo de la mujer deje de ser obstáculo y el pretexto solapado para reducir los salarios y facilitar sus despidos.
Haciendo historia, en el IV Foro Mundial de Mujeres en Beijing, en 1995, presidido por Hillary Clinton, que despertó el entusiasmo y la esperanza de miles de mujeres, y del Foro Europeo de las Mujeres de Beijing más 15, debatido en Cádiz, España, el período esperanzador que retomó la insignia de la lucha contra la inequidad de la mujer. Y es de recordar el reconocimiento, representado en el aumento del empleo femenino, que llegó a ser en aquel tiempo del 60%.
Las políticas europeas desde entonces no han avanzado gran cosa después de los indicadores establecidos en Beijing hasta el presente, partiendo de que, supuestamente, hemos achicado la distancia de la desigualdad de género en este siglo XXI y seguimos con las mismas carencias que acabó el XX. Las diferencias entre sexos y géneros acentuadas en el mercado laboral se mantienen en un equilibrio como si nos diera miedo de resaltar que no hemos sido capaces todavía de abolir la desigualdad de género.
Me resistía a escribir hoy sobre este tema por miedo a caer en redundancias inevitables. Pero hay que reconocer que avanzamos. A paso de tortuga, en comparación con el desarrollo universal. Pero ahí vamos. Y los horizontes pintan, cada vez, más claros.