Mañana de resaca. Entre los amigos y los periódicos para leer, alguien se pregunta “cómo era Hitler”. Yo tengo entre mis manos una de las últimas ediciones sobre la II Guerra Mundial. La que según el autor, Juan Eslava, hace referencia a que “los ingleses pusieron la determinación, los americanos el dinero y el material, y los rusos la sangre: la Europa en ruinas, hambrienta y desolada es el caldo de cultivo para el comunismo. Y Estados Unidos da su primer paso para tomar abiertamente partido y evitar que la Europa herida caiga en la órbita de la URSS”.
Con la Europa en ruinas y la pobreza y el hambre llamando a cada puerta, Estados Unidos toma la decisión de abandonar su aislamiento para atajar el peligro del contagio comunista a los europeos. Desde que la URSS entró en la guerra las ideas antagónicas con Inglaterra se diluyen según conveniencia, como decía Churchill con cierto cinismo refiriéndose a Hitler: “si me entero de que Hitler le declara la guerra al diablo, al día siguiente enviaré un embajador al infierno”.
Era la frase que retrata al político que fue Churchill. Quien acuerda con Roosevelt ayudar a Stalin en el entente. Las democracias occidentales y oportunistas, que todavía no sabían de Auswitch, irán concretando en diferentes cumbres las conversaciones con los Estados Unidos que participará en la guerra sin estar en ella, al ser el arsenal de todos los que luchen contra Alemania.
Como en la I Guerra Mundial, en la segunda, solo necesitarán la conformidad del pueblo los votantes americanos para entrar enteramente en la guerra de Europa. Parece que ya la última, hasta esta actualidad en donde de tú a tú, con su espíritu liberal, defensora de los derechos humanos, la Europa de la convivencia y la solidaridad es la líder indiscutible en pro de la paz.