En los patios y antejardines de las casas abundaban las flores que atraían a una gran variedad de mariposas, pájaros, colibríes. Había también ‘pacopacos’ verdes, otros marrones de alas rojas, ‘mariapalitos’, chicharras, escarabajos de dorso verde fosforescente, pequeños cocuyos y otros. Esto era común en muchas de nuestras casas. Pero la ciudad empezó a crecer y cambiamos ‘verde’ por cemento, muchos antejardines se convirtieron en estacionamientos para vehículos. Los grandes edificios reemplazaron a las casas y se acabaron los patios. Pero si queríamos progresar era necesario cambiar; era preciso demoler, construir vertical en vez de horizontalmente, había que aprovechar cualquier espacio libre, congestionar las calles con vehículos. Hoy el ruido se ha apoderado de la ciudad. A mayor ruido, mas alegría. Ya no se concibe fiesta si la música no es a altísimos y ensordecedores decibeles. Vivimos en una ciudad diferente, en la que cambiamos la maraña de los solares enmontados, por la maraña en la que se han convertido nuestras calles. Cambiamos la tranquilidad por la premura, la serenidad de los tonos bajos por la bulla excesiva. Pero, a cambio, hemos recuperado nuestro puesto de vanguardia en el país. Somos ejemplo de pujanza y de progreso. Somos la ciudad modelo. Es el precio del progreso. Pero es preciso recuperar nuestra vegetación. Arborizar, arborizar. Si bien se ha iniciado una importante campaña de recuperación de los parques de la ciudad, (y en este sentido ha habido grandes logros) nuestro firme propósito debe ser darles el mantenimiento adecuado, o todo lo que hemos avanzado estará perdido.
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