He ido a La Troja desde sus inicios frente al Parque Suri Salcedo, cuando estaba en transición de tienda de barrio al reconocido sitio de diversión que es ahora. He llevado a muchos amigos visitantes seducidos por el buen nombre de ese ‘templo’ musical. Todos atraídos por el magnetismo de uno de los lugares iconos de la salsa en Barranquilla.

Claro, porque a través de los años se ha consolidado como una marca internacional de la lúdica local. Tiene, entre otras ofertas, una inigualable colección discográfica compuesta por miles de Long Play que llegan a la categoría de valiosos ‘incunables’. Y un volumen que pone la música en la piel, el corazón y la sensación. ¿El volumen? Vaya caballero, ese es otro asunto. Una cosa es ir a La Troja y otra que La Troja vaya a ti. Así piensan y sienten los vecinos del sector, cuyas múltiples peticiones para bajar los decibeles han sido desatendidas por las autoridades. Dicen, agotados e impotentes, que han arado en el desierto de los trámites y la burocracia.

Para razones reales, quienes disfrutan del jolgorio del sitio viven muy lejos de la turbulenta esquina de la 44 con 74. Le pasa al buen muchacho que es Juan José Jaramillo, nuestro Secretario de Cultura, a quien en un acto inesperado e inusual le dio un ataque contestatario al criticar una sanción impuesta a La Troja por la Policía en cumplimiento del nuevo Código, cuando el primero de enero pasado el espíritu de la música se metió en el cuerpo de los clientes, y estos, en trance, crearon una comparsa callejera que ni la misma Sonia Osorio hubiese podido organizar. Y lógico, el espacio público fue tomado de forma espontánea y abusiva. Y ‘trácata’, vino la sanción de cierre al establecimiento. Ese hecho generó la polémica declaración del Secretario.

De la pluriculturalidad habla Juan José para justificar lo injustificable. Preguntamos: ¿dónde está el decreto que avala al lugar para hacer francachela en la mitad de la calle? Primero, que además de una placa colocada por el siempre cordial Edwin Madera y un reconocimiento como destino del circuito salsero quillero, La Troja no tiene a su haber ningún pergamino oficial que lo acredite como patrimonial en el estricto sentido. Pero el argumento no es para descalificar al sitio, porque en carta blanca es un buen destino salsero y turístico, sino para poner los puntos sobre las íes. Segundo, no tiene ninguna presentación que un funcionario público de la responsabilidad social de Juancho Jaramillo haga una inoportuna defensa que produce daños colaterales y los afectados sean instituciones aliadas naturales para el buen funcionamiento del Carnaval y para todo lo cultural como la Policía y la Secretaría del Interior.

Ahora, decenas de trojeros saldrán en defensa de que siga la fiesta en ese lugar, pero ni ellos, ni el Secretario de Cultura, son vecinos de los picós, de ruidosas tiendas de barrio, ni de bares perturbadores del sueño y la tranquilidad pública. Así es fácil enarbolar defensas de lo que hemos considerado tradición cultural. Nuestra costeñidad necesita urgente una revisión. Hemos cabalgado sobre la intransigencia al suponer que el disfrute propio puede pisotear el bienestar de los demás bajo el dudoso argumento de que “así somos”. Ya es hora de la reubicación de La Troja en otro lugar. Más bien que el Secretario proteja a los miles de danzantes del Carnaval, cada vez que vayan a izar bandera. ¡Ah, y que empuje por el Amira!

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