Me permito tomarle prestado a Klemen Slakonja el título de su canción paródica dedicada al que sin duda es el hombre de nuestro tiempo. Un presidente capaz de ganarte al ajedrez, al judo, al tiro al blanco, a tocar el piano, a guiar aves migratorias pilotando un ultraligero, a rescatar tesoros sumergidos subido en un submarino o buceando a pulmón, a sedar tigres, a pescar peces tamaño ballena, a alimentar (con biberón) reses, a montar a caballo con el torso desnudo (y qué torso), a jugar hockey, a circular en moto badass style con un grupo de pandilleros patrióticos, a rearmar el ejército, a devolver el orgullo a sus ciudadanos, a recuperar trozos del país que otras naciones cometieron el error de creer suyos, a aplanar Chechenia, a tener a media Europa cogida por donde todos ustedes ya se imaginan, a ser el señor del gas y del petróleo y a, en definitiva, volver a poner, a veces por las buenas, a veces por las malas, a la Gran Madre Rusia en el mapa del mundo.

Putin es eterno. Lleva 18 años manejando los destinos del país más extenso del mundo y nada permite prever que deje de hacerlo en los próximos 18.

Frente a presidentes locales y ajenos cuya línea de pensamiento es un encefalograma plano (no miro a nadie, pero no solo pienso en el mío), Putin emerge como un personaje más de cómic que de la vida real, cuya mirada azul acero se encuentra a medio camino entre el malo de James Bond y el tipo al que literalmente le importa todo un comino porque se sabe ganador de la partida –no antes de que esta empiece, sino antes de que siquiera penséis en jugarla contra mí, idiotas, es que no sabéis que he nacido para ganaros, malditos occidentales–.

Agente del KGB metido a líder mundial se sospecha que está detrás de prácticamente todas las cosas conspirativas que pasan en el mundo. Algunos dicen que Trump le debe el puesto. Ahora se ha puesto de moda decir que él ideó todas las locuras independentistas de Cataluña. Y que Maduro es una marioneta suya. Como antes lo fueron la mitad de los presidentes y expresidentes de Europa. Pero qué no se puede creer de un señor al que las gafas de sol le sientan como si acabara de salir de una novela de Tom Clancy y al que no se le ocurrió mejor manera de recibir en el Kremlin a una Merkel que le tiene fobia a los perros que presentándole a su sabueso tamaño lobo (Konni se llamaba).

La sonrisa maligna de Putin viendo la reacción de una aterrorizada canciller era para imprimirla en la bandera del país. También es cierto que sus rivales tienen tendencia a morirse, desaparecer misteriosamente, cenar polonio y otras cositas. Nadie es perfecto. Legendaria es su frase de que perdonar a los terroristas es cosa de Dios, mientras que enviarlos con él es la suya.

El hombre del momento. Seguiremos hablando de él otro día.

@alfnardiz - aramirez@unilibrebaq.edu.co