La militancia feminista ha sido un modo –legítimo y útil– de enfrentar con entereza y valentía la tragedia de la persecución, la subvaloración y la violencia social contra las mujeres, una de las más oprobiosas manchas de la historia humana.

El feminismo ha logrado, con relativo éxito, modificar legislaciones, diseñar políticas públicas, visibilizar delitos, proteger víctimas, promover derechos, apoyar liderazgos, comprometer gestiones estatales, entre otros factores que, con seguridad nos conducirán a un mundo en el que las mujeres no serán más estigmatizadas, abusadas, asesinadas y subvertidas, por el hecho de serlo.

Pero, en su afán de erradicar del mundo la cultura machista, lo que han querido llamar la “dictadura heteropatriarcal”, la doctrina feminista también ha querido cambiar el lenguaje. El argumento es que la lengua también es discriminatoria y opresora para con ellas. Uno de los ejemplos más diseminados de este parecer, es el “lenguaje incluyente”, que suele expresarse en aclaraciones explícitas del género de las palabras, cada vez que se habla o se escribe: de sobra conocemos los insufribles: “niños y niñas, defensores y defensoras, todos y todas”, etc.

Las feministas hispanoparlantes parecen olvidar que el español es el idioma que más se vale del género cuando nombra al mundo, y que al hacerlo, no se caracteriza por ser desequilibradamente masculino.

Veamos algunas maneras en las que nuestra lengua materna define cómo pensamos: Belleza. Ciencia. Poesía. Verdad. Caridad. Esperanza. Creatividad. Convicción. Libertad. Riqueza. Sangre. Historia. Lluvia. Virtud. Literatura. Paz. Alegría. Lealtad. Palabra. Sonrisa. Compasión. Tierra. Memoria. Valentía. Luz. Realidad. Enseñanza. Gratitud. Comida. Amistad. Luna. Naturaleza. Alma. Bondad. Sensatez. Policía. Herramienta. Mística. Música. Universidad. Justicia. Lujuria. Seducción. Voluntad. Educación. Raíz. Piel. Inteligencia. Pintura. Vida.

Y no solo son buenas cosas: Mentira. Violencia. Maldad. Vileza. Traición. Enfermedad. Fractura. Pobreza. Ansiedad. Envidia. Ruina. Catástrofe. Desolación. Desgracia. Estupidez. Guerra. Cárcel. Herida. Arma. Nostalgia. Soledad. Angustia. Depresión. Humillación. Tristeza. Cobardía. Muerte.

Tal parece que no hay mucho espacio para que los vocablos masculinos se luzcan. Hay miles de ejemplos de cómo el idioma en el que pensamos y nos comunicamos, nos permite darle nombre a las cosas más definitivas con la voz de lo femenino.

Y a causa del infortunio que a veces nos depara el azar, el término que define al movimiento que casi siempre tiene la razón, pero que cuando se trata del uso del lenguaje, no la tiene, es, con sorprendente ironía, inobjetablemente masculino: feminismo.

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