El problema más grande que tiene este país es que la política es, para la gran mayoría, un negocio familiar. Siempre hay uno que comienza ‘de abajo’, que ‘escala’ hasta llegar a ocupar un cargo de poder, que se pega a esa silla contra viento y marea, y que, cuando llega la hora, le pasa el ‘trono’ a su sucesor. Siempre hay uno al que ponen a que dé la cara –así muchas veces no asista y deje esa silla vacía– y a que saque adelante las adjudicaciones –así toque presionar con lo que toque–. Y siempre hay uno que está detrás, recogiendo los frutos, llevando a cabo los proyectos y cogiéndose esa ‘tajada’ que necesita para completar el mercado.

El negocio es tan bueno que, tal cual como sucedió con la bonanza bananera o con la del algodón, todo el mundo se quiere meter a eso. Y entre más de provincia sea la persona, entre menos industria haya en su lugar de nacimiento, más ganas tendrá de meterse en ‘esa vuelta’. La misión y visión de este tipo de negocios es clara: la plata por encima de los valores, de los principios y de lo que sea que anteriormente hayan dicho. Porque con tal de no despegarse de esa silla, hay que unirse hasta con el que juraron no hacerlo nunca, hay que ‘enlodar’ hasta al que le prometieron serle fiel siempre, y hay que aprender a borrar hasta las cosas escritas en mármol. Porque con tal de quedarse anclado al poder, hay que entregarlo todo, inclusive si del honor se trata.

Sin embargo, el negocio últimamente se ha ido enredando, y ya son pocos los que llegan a pasarle la ‘batuta’ a sus delfines porque se sienten viejos y cansados. Las empresas se están viendo perjudicadas, pues ahora, más temprano que tarde, el que da la cara termina en la cárcel o, en su defecto, inhabilitado para ejercer un cargo público, y esto ha generado que a la familia le toque volverse creativa, pues en la mayoría de estos casos los sucesores aún no están en edad para regir.

Es por eso que para esta ocasión los congresistas que hasta hace unos meses tenían todas las de ganar y que hoy se encuentran en el ojo del huracán están haciendo reestructuraciones dentro de la empresa y están recogiendo nuevas hojas de vida. Mientras se resuelve el problema, pondrán a la esposa, al sobrino, al hermano y, en algunos casos, inclusive hasta a la amante –aquí se ha visto de todo– para que sigan encargándose de hacer ‘el trabajo sucio’ por ellos, pues no vaya a ser que se vea afectado aquel patrimonio familiar que con tanto esmero han construido.

Así que para el público que está viéndolo todo desde afuera y que ingenuamente cree que por fin llegó la hora de que se acaben aquellas dinastías políticas, les cuento que la cosa no va a cambiar de a mucho. Seguirán los lemas pegajosos, los votos prepago, el artista de moda en el cierre de campaña, la curul garantizada y el negocio asegurado.

Porque realmente lo único que cambiará es la foto en el tarjetón.