Una cordial invitación de la Fundación Por Amor a Barranquilla me impulsó a una reflexión general sobre el rumbo de la economía nacional y local, ante acontecimientos que se mueven rápidamente.
En primer lugar, a pesar de los alborotos de Trump y sus tensiones con el hombre de los cohetes de Norcorea, la economía norteamericana va bien, y el último informe del Fondo Monetario Internacional predice un crecimiento para EEUU del 2,3% en 2018, con tasas de desempleo que se mueven alrededor del 5%. Ello indica la fuerte institucionalidad del país, pues la agitación mediática de la cúpula no parece afectar los negocios, y las acciones en Wall Street siguen mejorando. La zona europea crecería al 1,9%, el Reino Unido al 1,7% y el Japón ya despierta un poco al 0,7%.China sigue con su increíble crecimiento del 6,5% a pesar de las dificultades desatadas por la Gran Recesión del 2007. Ello indica que las economías desarrolladas han empezado a crecer, lo cual es bueno para nuestras alicaídas exportaciones.
El panorama nacional, sin embargo, luce con un crecimiento muy bajo. Este año apenas creceremos al 1,7%, y en el 2018 se espera algo de mejoría siquiera al 2%, lo cual es desesperanzador para una economía que necesita crecer al 5% anual para despegar hacia una senda de desarrollo, y, de paso, cuestiona las previsiones macroeconómicas del Marco Fiscal de Mediano Plazo del gobierno de junio pasado para el 2018.
El Banco de la República señala que el ajuste frente al shock petrolero ya terminó, y que la inflación ya ha cedido. Pero nadie puede estar seguro de que mejoraremos en este fin de año con elecciones ad portas. Las exportaciones colombianas apenas reaccionaron un poco favorablemente en el primer semestre del año, pero las exportaciones manufactureras mejoran muy poco.
Como todos sabemos, la política fiscal ha entrado en una fase contraccionista con un gasto real que disminuye, lo cual ha elevado el descontento popular, cuyas manifestaciones ya se expresan en el movimiento universitario en defensa de la universidad pública, el cuestionamiento al programa ‘Pilo Paga’ y el paro arrocero. A pesar de la verbosidad de nuestra ministra de Educación, a nadie convence cuando uno ve derrumbarse los edificios de la Universidad Nacional y los programas de Ciencia y Tecnología quedan reducidos a las pocas regalías que han quedado, con recortes brutales a Colciencias.
Por ello, en épocas de desaceleración se recomienda más bien aumentar el gasto público, así sea con endeudamiento, pero esto ya tiene poco soporte político ante los escándalos de corrupción vividos. Diferente fuera si el mayor presupuesto se orientara a proyectos estratégicos de inversión y a crear una banca de desarrollo.
Es iluso pensar que esta desaceleración económica no va a afectar al Atlántico y a la ciudad, pues de hecho ya está ocurriendo en el sector de la construcción de estratos 4 al 6, y en los edificios de oficinas. Ya he sabido de proyectos en la ciudad en que los ciudadanos han quedado colgados de la brocha por quiebra del constructor, a pesar de la fiducia. Por ello, la discusión del presupuesto en el Concejo distrital es clave, pues el crecimiento de la ciudad al 5% anual de los últimos 10 años parece estar llegando a su fin.