Así como a los labios les gustan los besos, a la mente le encantan los jueguitos lógicos, las precisiones, las paradojas, el poder distinguir dos cosas que al principio parecían ser una sola, o descubrir que es una sola lo que parecían ser dos distintas. Para ella eso es como si le hicieran cosquillitas con burbujas de champán.
Cuando se enseñaba latín en los colegios, todos los niños sabían de memoria la primera frase de La guerra de las Galias, de Julio César. Una verdadera joya de claridad y concisión, de solvencia lógica y armonía. “Toda la Galia está dividida en tres partes, de las cuales habitan una los belgas, otra los aquitanos y la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra galos”. ¡Oh, qué subibaja de precisiones, qué nudo tan bien desatado, qué besito mordelón para la alegría de la mente!
De esta definición de Aristóteles yo estoy convencido de que recitarla 3 veces cada día posterga y disipa las telarañas de la vejez: “Decir de lo que es, que no es, o de lo que no es, que es, es falso. Y decir de lo que es, que es, o de lo que no es, que no es, es verdadero”. Y a Lucrecio tampoco le faltaron amagues: “La muerte es una quimera: cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no”. Y el califa Omar, ante las alegaciones de Filópono por salvar la Biblioteca de Alejandría, así acabó por sentenciar su quema: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán, deben ser destruidos”.
En el Caribe también hemos querido aportar a este bello arte de fintas y regates palabreros. De Cuba aquella rica charanga: “El caimitillo… me gusta mucho más… que el mamoncillo… que el mamoncillo/ Pero mucho menos… que el marañón/ El marañón me gusta… ¡mucho más!”. Esa yo siempre se la dedico a quien no sabe distinguir entre “bien” y “mejor”: si a mí me van a cortar un brazo, yo no estoy “bien”, pero estoy “mejor” que si me fueran a cortar los dos. Y desde República Dominicana, Kinito: “Hay un loco chequeando la chica en bikini sentada en la rama del palo sembrado en el hoyo a la orilla del mar”. Y en Colombia tenemos el poema de amor desesperado más ingenioso de siempre, aquel de Marroquín que tanto encantaba a García Márquez. Ese que con triste imperio comienza: “Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan…”, y su primera estrofa gloriosamente concluye: “Vengo a suspirar mis lanzos, ventano de tus debajas”.
Sin embargo, este podio mío de primores de ingenio hoy no lo coronará ninguno de aquellos recios varones del intelecto y las artes, sino una niña de apenas 12 añitos. Se trata de la hija de Lord Byron, la jovencita Ada. Aquí copio un pequeño extracto de una carta que le dirige a su madre, en la cual le comenta, a su genial y tiernísima manera, un incidente con su institutriz:
“La señorita Stamp desea que diga que en este momento no está particularmente contenta conmigo debido a cierta conducta muy absurda que tuve ayer por una cosa muy simple, y que, según dijo, no solo era absurda, sino que demostraba un espíritu de desatención, y aunque hoy no ha tenido motivos en absoluto para estar descontenta conmigo, dice que no puede borrar sin más el recuerdo del pasado”.