Que un jefe de Estado visite a un país amigo es un asunto cada vez más normal en un mundo globalizado en el que los mandatarios salen de gira de negocios y a la búsqueda de apoyos políticos. Pero que esa visita la haga un líder a una región del mundo que ninguno de sus antecesores ha hecho en 70 años, no deja de llamar la atención y generar muchas especulaciones. Y eso es lo que acaba de pasar con la gira de Benjamín Netanyahu a Argentina, Colombia y México.

Israel, para un país católico de América Latina, es un referente familiar cercano por las narraciones de la Biblia sobre la vida de Jesucristo en la Tierra Prometida, pero algo distante en lo que es hoy como Estado, al que algunos tienen como el agresor brutal del Estado palestino y otros como el muro de contención en Medio Oriente para Occidente. Todo depende del ángulo de donde se mire. Para unos, Netanyahu es un criminal de Guerra, para otros, un líder que busca la paz.

Cada escala del primer ministro israelí en nuestros países, a simple vista, tendría una explicación: Argentina, porque hay 300 mil personas de la comunidad judía que la hacen la más importante de América Latina; Colombia porque son viejos aliados en temas de seguridad y tecnología y vota con Israel en la ONU, y México porque es su gran socio comercial de la región y es un gran receptor de inversión de ese país.

Pero el tema va más allá. Sin dejar de desconocer que lo comercial es importante –lo acompañaron 30 empresarios que hablan con orgullo del PIB de 327 billones de dólares logrado por su país en 2016— más aún ahora que ha surgido una ola que pretende ejercer presión a través del movimiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) que los estaría afectando seriamente, hay más de un asunto político que obliga a garantizar unos aliados sólidos en instancias internacionales. Y una de esas prioridades tiene nombre propio: Irán, país que se le adelantó en el pasado reciente como socio de gobiernos de izquierda en la región, y que la presidencia de Barack Obama firmó un acuerdo nuclear que desvela a Tel Aviv. Por eso, en Buenos Aires, envió un mensaje directo a los legisladores de EEUU que deben aprobarlo en octubre bajo la era Trump: se trata de un mal acuerdo que “o se arregla o se cancela”.

El otro tema que explica el interés en la región es el asunto palestino y eso los obliga a revisar su situación en la ONU donde por primera vez en diciembre del 2016, con la abstención de EEUU, se aprobó una condena por la expansión de sus asentamientos ilegales en tierras de un enemigo de toda la vida. Los votos de unos amigos en una Región donde la derecha ha cedido terreno pueden ser clave para Israel a la hora de justificar sus acciones con sus vecinos.

La visita de Netanyahu, que algunos lo asocian con un distractor para olvidarse del mal momento que vive en su país por denuncias de corrupción, se da paradójicamente cuando el escándalo de Odebrecht acorrala a varios mandatarios de América Latina. Nunca hay viaje perfecto.

MPA, MSC
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