Me impresionó la afluencia de personas en el recorrido del papa Francisco por Bogotá. Se esperaba que hubiera mucha gente, pero aun así el tamaño de la multitud y el júbilo al paso del papamóvil superaron mis expectativas. Quizá se explique por la religiosidad de un país que sigue siendo muy católico, pero creo que hay algo más, creo que el desplome moral que hoy vive Colombia tiene a muchos desesperados por aferrarse a algo o alguien que no esté contaminado. Y como ese liderazgo no aparece entre nosotros, la visita de un líder espiritual supranacional es, al menos, una esperanza.
Los amigos de este espacio saben que creo más en el poder de las pequeñas cosas que en el de los grandes gestos. La llegada de un papa tiene una carga simbólica que no se puede menospreciar, pero sigo pensando que el salvamento moral que necesita nuestra sociedad no vendrá de arriba, sino de abajo: de la calle, la casa, la oficina, el taller.
El buen Hans Rosling decía que el invento más importante del siglo XX no fue el avión, ni el computador personal, sino la lavadora, que acabó con el tedio de fregar y enjuagar la ropa y liberó a millones de mujeres para que pudieran dedicarse a otra cosas: como leer y estudiar. Al igual que él, creo que los mayores cambios sociales –y vaya si Colombia necesita uno en este momento– se incuban en la cotidianidad y la domesticidad, no en los palacios del poder y las torres de marfil.
Estamos tan ansiosos por la aparición de un líder o un redentor, que estamos desaprovechando la oportunidad de comenzar un proceso de elevación ética de la sociedad desde abajo. De forjar un planeta más amable, como el que el propio Francisco reclama en su encíclica ‘Laudato Si’. La simple generosidad espontánea, no exigible por ley, como la del conductor que cede el paso a un peatón o a otro vehículo, por ejemplo, contiene más poder transformador que todos los reglamentos y las sanciones de tránsito. Y, ya que estamos en el tema vehicular, creo firmemente que dejar de usar en cada esquina el pito del carro, salvo que sea necesario para evitar una colisión, haría más bien a la sociedad que la asistencia regular a misa o el himno nacional como prólogo de toda ceremonia.
Moderar el lenguaje, devolverle el peso específico a las palabras que usamos, serían, también, avances saludables. Y el ámbito que más lo necesita es el de las redes sociales, que se han convertido en la mismísima hornilla de Satanás. Los ingenieros que inventaron el internet jamás imaginaron que soltaban al mundo una máquina que multiplicaría nuestra capacidad para el chisme, la infamia, la violencia verbal y la destrucción reputacional. Facebook y Twitter han hecho para la maledicencia lo que la ametralladora hizo para la agresión.
Esos son solo ejemplos de cambios que se pueden activar ya, desde hoy: no hace falta ningún líder político o religioso para motivarlos. Pero, al menos para esta alma descreída, el paso del pontífice permitió deponer, por unos días, la coraza de escepticismo y formar estas reflexiones (que algunos tildarán de ingenuas). Para interpretar el lema de la visita, la buena voluntad a escala individual, expresada a través de la gentileza sencilla y cotidiana, es el verdadero ‘primer paso’ hacia una Colombia menos cruel.
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