El barrio Ceballos, en Cartagena, está entre los 16 barrios de la ciudad con mayor porcentaje de personas con ingresos bajos. En el año 2006 contaba con 7.630 residentes. En los medios de comunicación se narra de la misma manera como se narran todos los barrios pobres: en crónicas rojas que cuentan muertos y heridos, enfrentamientos de pandillas, problemas de basuras y habitantes de calle, protestas por cortes de luz, inundaciones, microtráfico, asonadas, riñas, personas desaparecidas y cuerpos encontrados. Un caño de aguas pantanosas atraviesa el barrio y en tiempos de lluvia se desborda. Pese a todas las difíciles condiciones que enfrenta la gente que vive en Ceballos, lo más doloroso es un mal mayor, el mal de todos los males: la marginación y la estigmatización.
Cartagena no es la única ciudad latinoamericana con estas pretensiones de exclusión, pero la voracidad de sus mecanismos es vertiginosa, es una máquina que no se detiene, que avanza implacable. Los pobres son condenados a fajas periféricas de miseria.
Esta semana el barrio Ceballos amaneció cercado. Unas vallas de aluminio de 2 metros de alto lo encerraban. La comunidad se despertó esa mañana y se encontró que estaba por dentro de un margen, que eran otra cosa, que estaban separados del resto de la ciudad. La decisión surgió como parte de una rigurosa estrategia para garantizar la seguridad del Papa. Las explicaciones han sido confusas: que el alcalde encargado no sabía, que la Corporación de Turismo tenía la responsabilidad, que fue una decisión del Gobierno nacional, que fue un imperativo del Vaticano, o que los contratistas lo hicieron mal. Ante la resistencia y las presiones que ejercieron los residentes de Ceballos, el asunto pasó a titulares de prensa. Una vez en las noticias, el alcalde fue personalmente a quitar las vallas.
El argumento de la seguridad en tiempo de inseguridad parece sensato. Sin embargo, el Papa ni siquiera recorrerá ese trayecto. Está planeado que el Sumo Pontífice, eso sí, llegue en helicóptero a la terminal marítima de Contecar, ubicada justo al frente de Ceballos. Es decir, lo que hicieron fue encerrar al barrio vecino de Contecar.
Supongamos que fue un desacierto administrativo, supongamos que el alcalde pronto lo corrigió, supongamos que hoy no estarán nuevamente las vallas, lo peor no fue la reprochable decisión, sino las distintas voces que la respaldaron. Las acciones de limpieza social en Colombia, el devastador paso del paramilitarismo, los linchamientos, los abusos y crímenes de las fuerzas del Estado, todo ha estado sustentado en una sociedad civil que grita desde la tribuna, una ferviente barra que anima, una horda que se envalentona exigiendo la valla de aluminio o exigiendo una lápida. No hay un problema social del barrio que sea solo del barrio, todos son producto del racismo, el clasismo, la inequidad, y un modelo de desarrollo perverso. Puedo asegurarles que hay mejor gente en Ceballos que en las élites que se han robado la ciudad.
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