Por alguna razón insospechada alguien dijo que Colombia era el país más feliz del mundo y, los colombianos –envueltos en un nacionalismo ridículo–, inmediatamente sacamos a relucir nuestro ánimo jocoso, nuestros malos chistes y nuestra facilidad para la atmósfera festiva.
Ni eso es felicidad, ni tampoco podemos saber con precisión qué tan tristes andamos. El caos que tenemos como sistema de salud no nos permite conocer el alcance de nuestra depresión. Los trastornos mentales quedan rezagados, desatendidos, ante urgentes reclamos por salvarse de morir por una infección aguda, un infarto o lo que sea. Se dice, sin embargo, que Colombia, con respecto a la depresión, está por encima del promedio mundial. Una penosa noticia si se tiene en cuenta que la salud mental es la Cenicienta cuando se habla de políticas de salud. En muchísimos casos no se contará en el registro, no se diagnosticará y mucho menos se ofrecerá la ayuda que se necesita.
Estamos hablando de poco más de 300 millones de personas deprimidas en el mundo. Una multitud melancólica, triste, deambulando, intentando sobrevivir. Mal contados, casi 5% de la población mundial enfrenta una depresión. La mayoría son jóvenes, mujeres y ancianos. De acuerdo a la OMS, en América Latina, nos superan en tristeza Brasil, Cuba, Uruguay, Chile, Paraguay y Perú. Nuestra tristeza se compara con Argentina, Costa Rica y República Dominicana. Otros estudios dirán otras cosas, otros dirán otras cosas de este mismo estudio.
Por ejemplo, la depresión ya tiene tasadas las pérdidas por incapacidad, se calcula un billón de dólares anuales. Y ahí sí está el asunto: a nadie les preocupan tanto los deprimidos hasta que se habla de cifras, de pérdidas y de impactos en la economía. Entonces, la depresión es vista como un fracaso, las personas que luchan por superar esta condición deben, además, enfrentar un mundo arrogante e inhumano. Un mundo que no le da espera a nadie, en el que todos dicen “entiendo”, pero muy pocos entienden. Si no funcionas no sirves. Y solo los que han pasado por una depresión comprenden la dimensión del sufrimiento que genera.
Algunos estiman que será la enfermedad más frecuente para el año 2020, por encima de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Las políticas en salud pública tienen que tomarse el tema en serio. Las industrias, el sistema educativo, en algún momento tendrán que saber que si no ofrecen alternativas, más allá de estigmatizar a las personas que pasan por esta situación, todo va a colapsar. Esto no es un simulacro, nos estamos muriendo de tristeza. Un modelo de desarrollo que le da solo ventajas a algunos, las secuelas de una guerra de 50 años, una sociedad fallida… el panorama es nefasto y el asunto es urgente. Las políticas laborales, las de salud, educación y cultura, el deporte y la recreación deben encaminar su esfuerzo al mismo objetivo. Pero no pueden, porque para nuestra tristeza, les recortan el presupuesto o se lo roban. Una absurda ironía.
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